Está en juego algo más que el rescate irlandés
El tira y afloja experimentado en estas últimas jornadas entre Irlanda y las autoridades comunitarias acerca de la necesidad de que el país británico utilice los recursos públicos comunes para atender sus necesidades financieras, tira y afloja practicado ante la vigilancia estrecha de los mercados financieros, ha vuelto a aflorar las debilidades existentes en la gobernabilidad política y financiera de la zona euro, cuando sigue en juego, y ya van dos episodios así en menos de un año, la supervivencia misma de la moneda única. Es evidente que el asunto se presta a interpretaciones, y que Irlanda es muy libre de arriesgarse a la financiación libre de los mercados, y que Bruselas no puede obligar a Dublín a un trágala cuando hace unos meses creo un mecanismo de rescate para que los países hiciesen uso de él "cuando lo necesitaran".
Nadie mejor que el Gobierno irlandés para saber si lo necesita o no; pero para tomar una decisión debe tener en cuenta el efecto colateral que su resistencia genera en su entorno, sobre todo en el resto de países con problemas financieros, pero muy alejados del dramatismo por el que atraviesan los irlandeses, que puede poner en riesgo la unidad monetaria, cuestión que todo el mundo da por hecho que debe ser irrenunciable a estas alturas del proyecto.
Dublín dice tener recursos y quiere limitar la inyección de dinero comunitario a las necesidades de su sistema financiero, totalmente quebrado y solo mantenido por el capital público y el flujo de financiación del Banco Central Europeo. Dublín no quiere perder su autonomía fiscal, porque ello supone perder también su libre albedrío económico, las decisiones sobre ingresos y pagos, y podría echar abajo todo el entramado fiscal creado para las sociedades desde que ingresó en la Unión Europea y que ha sido el motor del éxito del tigre celta en los últimos 20 años.
Pero debe admitir que Europa no puede pagar los platos rotos del sobreendeudamiento disparatado de una banca cuyos activos no respaldan ya sus obligaciones, y hacer abstracción de las decisiones fiscales irlandesas. Por tanto, el rescate debe dirigirse al Tesoro irlandés, use los recursos para la banca o para la deuda ordinaria, pues con tal espíritu se diseñó el mecanismo hace unos meses.
Y la capitalización del rescate, si al final Irlanda accede, debe extenderse también a Reino Unido, aunque no forme parte del euro, puesto que sería el principal beneficiado cuantitativo de la operación, ya que es su banca (en parte el Tesoro inglés, que ha nacionalizado a casi toda la banca) la principal tenedora de los títulos emitidos por Irlanda. Pero esta reflexión abre la puerta a otra: si Bruselas admite ahora que los acreedores tienen que tomar parte en el rescate, ¿por qué insiste en negar la participación de los fondos privados en el mecanismo que lo financia, tal como Alemania ha propuesto primero, y rectificado después?