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Análisis de la cumbre del G-20
Tribuna
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El papel de Brasil en la reunión coreana

La victoria de Dilma Rousseff en las recientes elecciones presidenciales en Brasil abre una nueva etapa política en el país. Rousseff representa la línea continuista del presidente saliente Lula da Silva. El electorado brasileño ha premiado a la candidata del partido gobernante por la buena situación del país y por el gran avance que se ha conseguido en los últimos años.

Durante la campaña Rousseff se ha comprometido a mantener los pilares centrales de las políticas macroeconómicas de Lula da Silva: tipo cambiario flotante, reducción gradual de la deuda y objetivos de inflación. También ha puesto el énfasis en el desarrollo de políticas que ayuden a eliminar la pobreza y promover las inversiones, y ha subrayado la necesidad de conseguir un desarrollo que no solo se refleje en el crecimiento del PIB, sino también en un aumento del poder adquisitivo de todos los brasileños.

Rousseff va a necesitar de todas sus habilidades, ya que tendrá que afrontar retos importantes. Pese a los avances de los últimos años la pobreza, la seguridad, y las desigualdades siguen siendo unos grandes problemas en el país. También tendrá que hacer frente a las tensiones inflacionistas. En el último año ha aumentado el gasto público y el consumo, lo que ha dificultado la capacidad del Banco Central de reducir los intereses (que están alrededor del 10,75%).

La nueva presidenta electa ha participado en la reciente reunión del G-20, donde Brasil ha jugado un papel destacado, ya que uno de los temas claves de la reunión ha sido la reducción de los desequilibrios externos. En Brasil el gran crecimiento económico está atrayendo flujos de inversión hacia el país con el efecto indeseado de que ha fortalecido el valor del la moneda, y ha producido una importante apreciación de los tipos de cambio, que han sido unos de los que más se ha apreciado en los dos últimos años: un 73% comparado con la media de los 90. Esto es el reflejo del apetito de los inversores de comprar activos en países emergentes que están creciendo rápidamente y que tienen una deuda relativamente baja comparada con los países más ricos. También es el resultado de las políticas monetarias tan expansivas de los países más desarrollados para hacer frente a la crisis.

El problema, por supuesto, es que esta apreciación está perjudicando las exportaciones del sector industrial y manufacturero, y ha promovido la expansión del consumo interno. El Gobierno ha respondido imponiendo controles e impuestos a los flujos de capital. En las reuniones previas a la cumbre, líderes brasileños han advertido del riesgo de una guerra de divisas, y durante la reunión del G-20 han defendido la necesidad de corregir los desequilibrios externos.

El resultado de la reunión en Corea apunta en esa dirección: Los países ricos y emergentes han acordado someter sus políticas nacionales al examen del FMI para comprobar si se ajustan al objetivo conjunto de reducir los desequilibrios externos. El resultado, sin embargo, es un poco decepcionante, ya que habrá que esperar, al menos, hasta 2011 para saber cuáles serán las preguntas del examen, y se ha evitado toda referencia a un indicador concreto para limitar los saldos (ya sean déficit o superávit) por cuenta corriente.

Otra victoria para Brasil y para los países emergentes ha sido la aprobación del pacto para desbloquear la reforma del FMI. Como consecuencia del pacto, los países emergentes (y en particular Brasil, China, e India) ganarán un 6% de cuota de representación y dos de las nueve sillas europeas en el comité director del FMI.

Al final, la cumbre ha dejado la patata caliente a la presidencia francesa entrante que quedará a cargo de desarrollar un mecanismo de control para evaluar si cada país avanza o no en los objetivos planteados en las cumbres del G-20; y al mismo tiempo, tendrá la misión de revisar el sistema monetario internacional para "asegurar la estabilidad de la economía mundial."

Brasil está ahora en la cresta de la ola, viviendo un gran momento. Es de esperar que la nueva presidenta aproveche esta coyuntura de bonanza para mitigar los problemas estructurales del país y diversificar la economía, pero que al mismo tiempo tenga la disciplina de mantener las políticas que eviten el círculo vicioso de crecimiento y caída que tan típico ha sido en el pasado. Brasil lo merece.

Sebastián Royo. Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Suffolk

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