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Tribuna
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Déficit público, ¿empobrecerse o crecer?

Como se sabe, todo déficit fiscal (el Estado gasta más de lo que ingresa) demuestra que estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades, y como ello no es bueno, existen tres formas básicas de reducirlo: ahorrando gasto público; subiendo impuestos, y utilizando simultáneamente ambas. Pero no son estas vías las que interesaría emplear en España en las actuales circunstancias, sino planteando el dilema que específicamente nos correspondería, debido a nuestros diferenciales con Europa: la vía de empobrecerse, o la de crecer.

Parece ser que el Gobierno español ha optado por la del empobrecimiento al centrarse en la reducción del gasto, lo cual, aparte de que va a implicar que toda una cadena de actividades se vean reducidas (sueldos, inversiones, materiales, etc.) de tal forma que un ahorro cualquiera de gasto público, por ejemplo de 15.000 millones de euros, supondrá, en cuantía aproximada pero irremediable, un descenso del PIB equivalente a dicha cantidad. Medida que es tenida por ortodoxa, fácil y hasta merecedora de un contrito yo pecador por manirrotos, pero que en las circunstancias españolas actuales resulta escasamente técnica e imaginativa. No es, desde luego, la medida que correspondería tomar a quienes como gobernantes tienen el deber de optimizar los recursos (personales, financieros y materiales) disponibles, que además se dan en España como en ningún otro país desarrollado.

Lo aconsejable, por ello, es lo que propone un modelo como el Axiológico-Setcu (fundado en la crítica a nuestro sistema de valores) recientemente calculado (ver Para salir de la crisis: un modelo cuantificado hacia la creación de empleo, Equipo Multidis, Ediciones del Serbal, 2010), el cual, al intentar armonizar los 36 desequilibrios descubiertos en España y aplicarlos al periodo 2010-2013, presenta los siguientes resultados:

Resulta viable crear 1.2870.000 puestos de trabajo, descender el paro hasta un 10%-12% de la población activa, prever un crecimiento del 0,36% del PIB en 2010 y del 3,5% como promedio durante el periodo 2010-2013, un descenso del 3,3 %del déficit público, pasar de una renta per cápita de 21.000 euros a cerca de 24.000, así como una serie de ventajas netas tanto para los empresarios como para los asalariados, y todo ello sin subir impuestos ni emitir deuda pública.

¿Qué hubiera sido preciso hacer? Simplemente ser conscientes del potencial que encierran los tres grandes desequilibrios que nos diferencian de Europa, a saber: primero, el sufrir una tasa de paro del 20%. Segundo, y según las estimaciones realizadas públicas y privadas existirían millones de puestos de trabajo vacantes en actividades productivas como infraestructuras para abaratar costes de transporte, evitar accidentes, reducir consumos energéticos, cuidar el medio ambiente, mejorar la educación y la formación profesional, la I+D+i, desarrollar tecnologías, etc. Y Tercero, aprovechar el dinero que estamos funcional y socialmente dilapidando (por ejemplo, los más de 30.000 millones de euros que se pagan anualmente a unos tres millones de parados por no hacer nada) para priorizar adecuadamente las inversiones.

Sólo hay dos inconvenientes por los cuales este modelo probablemente no se aplicará en España: ni nuestros políticos muestran la predisposición ética necesaria para pensar más en el interés general que en sus intereses electoralistas a corto plazo; ni, sobre todo, nuestros técnicos muestran la necesaria voluntad de esfuerzo para profundizar en los sistemas de valores como el nuevo lenguaje sistémico-axiológico exigido por la moderna complejidad. Ambas actitudes serían las que vienen explicando el impresentable retraso de nuestra recuperación económica.

Francisco Parra Luna. Catedrático emérito de la UCM parraluna3495@yahoo.es

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