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Marketing político del fino

Un candidato socialista prácticamente desconocido que debe enfrentarse a una candidata popular que amasa mayorías absolutas. ¿Qué hacer?

Se crea un enfrentamiento interno con una compañera socialista que, además de ser ministra, tiene alto nivel mediático, fama de buena gestora y predicamento en el partido. Se prepara una campaña de primarias con algunas puñaladitas, pero sin sangre. El candidato invisible empieza a ser algo más conocido, a estar más presente, a ser mucho más conocido. Y gana unas primarias que, a la vez, son un baño de democracia interna a los populares, cuyo sistema de selección de candidatos queda en evidencia. ¿Sabía usted hace tres meses quién era el secretario general del PSM? ¿Y quién era Tomás Gómez?

La ministra hace fé de unidad y fair play democrático. Sigue en su cargo, y reforzada por su buen estilo. Su valedor, secretario general del partido además de presidente del Gobierno, aparece como el único derrotado, pero a la vez limpio de autoritarismos y con un renovado halo democrático de aquí-cabemos-todos.

Así se podría muñir una fina operación de marketing para crear una figura política donde antes había un sitio vacío. Si no fue así, merecía haberlo sido. ¿O sería pedir demasiado?

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