La huelga deja lecciones para todos
El seguimiento de la huelga general convocada por los sindicatos imparte unas cuantas lecciones para todos los agentes económicos, políticos y sociales, y del aprovechamiento que de sus enseñanzas hagan unos y otros depende el futuro de este país. No hay vencedores de esta batalla, porque el porvenir de la sociedad española se juega en otro terreno, y si alguien puede considerarse silencioso ganador de los acontecimientos es la sociedad, la que mejor ha entendido qué problema tenemos aquí, y cómo se soluciona.
La dimensión del paro ha sido limitada, a juzgar por los datos sobre consumo energético, cuyo descenso se ha limitado al 17% en las primeras horas del día, justo las que coinciden con el arranque de la actividad industrial. La visibilidad de la huelga se ha limitado a escasez de transporte público en las primeras horas de la mañana, y normalidad absoluta en los servicios: banca, comercio, restauración, etc. Menor presencia de piquetes que en otros conflictos pasados (los sindicatos envejecen), e incluso pasividad y comprensión policial ante la presencia de piquetes en las zonas comerciales críticas. En definitiva: el menor seguimiento de las seis huelgas generales convocadas en democracia, lo que le convierte en el más rotundo de los fracasos, dada la dimensión de las supuestas agresiones de la política gubernamental que habían desencadenado el conflicto.
El Gobierno. No puede considerar la jornada como una victoria, porque no gana nada con ello. Pero debe concluir de la respuesta de la sociedad, que ha ido mayoritariamente a trabajar, que sus políticas van ¡por fin!, bien encaminadas, y que no debe cejar en ellas. La palabra es trabajar, reformar, transformar la economía, ensanchar las posibilidades de crecimiento para que los casi cinco millones de parados dejen de serlo en unos años. Por ello, el Gobierno debe redoblar el esfuerzo reformador, pero con la convicción que le ha faltado hasta ahora, y debe hacerlo en todos los frentes, para que cada reforma funcione como pilar para sujetar a las demás. La laboral se ha quedado en poco más que una broma, con el reparto de responsabilidades como estaba antes, y sin equilibrio alguno entre contratación fija y precaria. Pero es lo que hay, y no se generará empleo, aunque ya vendrán diciendo los sabios que es que la reforma por si sola no genera contratación, y que la culpa es del empresariado, la banca, la falta de crecimiento y vaya usted a saber qué más.
Seguramente el Gobierno, más afecto a las estrategias electorales que a las económicas, utilizará la brújula demoscópica de las próximas semanas y con ellas orientará el resto del viaje, interpretando que ha hecho hasta ahora lo correcto. Si las reformas que faltan llevan el sello superficial de las hechas hasta ahora, seguramente evitará más conflictos en la calle, pero no sellará la brecha abierta en el mercado de trabajo, que a fin de cuentas sigue siendo el problema principal de este país.
Los sindicatos. Saben perfectamente que han fracasado, y esperaban poco más de la jornada de paro. Saben hace años que cada vez conectan menos con la gente, y sólo unos ilusos creían que iban a enterrar al capitalismo con una huelga general. Tras tres años de colaboracionismo con la política de Zapatero, y sin aportar prácticamente nada sustancial en el proceso de negociación de la reforma, han disparado toda su pólvora de una vez, y no han hecho prisioneros. Los únicos prisioneros son ellos mismos de su propia estrategia equivocada, y ahora irán de inmediato a pactar las migajas de una supuesta reforma en cuanto les llamen, y querrán hacer creer a la opinión público que el Gobierno ha cedido. Soñar es libre. Hasta la presencia de piquetes ha sido menor que en otras ocasiones, porque el sindicalismo afiliativo pierde terreno cada día, y sea por la legislación o por su oferta política y de servicios, la población joven de los servicios no llama a sus puertas.
Los empresarios. Han sido meros espectadores de la traca final de la reforma laboral, amen de una serie de comentarios poco afortunados de sus principales líderes. Seguramente una renovación de su cúpula directiva (no le sobra tampoco a los sindicatos para renovar su estrategia ajada) dignificaría a la patronal de cara a ulteriores negociaciones sobre asuntos capitales. Es hora de negociar para reformar, y nadie, ni la oposición, debe quedarse al margen, porque el deterioro de la economía y el retraso en su recomposición lo pagamos todos: menos crecimiento, más paro y menos riqueza.