Mi amigo el megagaláctico
El 13 de septiembre de 2010, afortunadamente lunes, en el transcurso del almuerzo previo a la final del Open USA de Tenis, le pregunté a Rafael Nadal qué es lo megagaláctico. Toni Nadal, su tío y entrenador, un fino polemista que siempre está dispuesto a filosofar, contestó rápidamente que lo galáctico es lo que no está en la Tierra (o no es de este mundo); Rafa apostilló que, en consecuencia, lo megagaláctico es la leche, el no va más Los Nadal, muy futboleros ellos (y hasta comprometidos como accionistas del Real Mallorca), estaban pensando en los ases del balompié, arquetipos de una raza especial: los deportistas profesionales pagados con sumas astronómicas y notoria presencia mediática que vinieron al mundo en el Real Madrid, coincidiendo con la primera presidencia de Florentino Pérez.
No suponían que, cuando les hablé de megagalácticos (una palabra que no me gusta nada), me podía estar refiriendo a Rafael Nadal, el tenista número uno del mundo, ganador por vez primera del Abierto de EE UU y de decenas de torneos más; el tenista más joven en conseguir los cuatro torneos del Gran Slam de tenis, algo que a lo largo de la historia sólo han alcanzado, incluido Rafa, siete figuras del deporte de la raqueta.
Nuestro personaje sólo tiene 24 años, cumplidos el pasado 3 de junio. Rafael Nadal Parera no es un megagaláctico, aunque podría; es una leyenda, uno de esos seres que, gracias a sus hazañas y a su forma de ser, entrañable y natural, entran en la historia siendo queridos y recordados por sus semejantes, y son capaces de alcanzar el respeto y la admiración de cuantos les rodean para convertirse, definitivamente, en inmortales. æpermil;se es Rafa Nadal, una persona ejemplar (¡qué modelo para empresas e instituciones!) que une a su excepcional talento para el tenis, a su innata sabiduría para la raqueta (y para el golf, el fútbol, las chapas y cuanta competición se ponga por delante), una cabeza privilegiada, el trabajo de un equipo excelente y una extraordinaria educación que lo formó como persona llena de valores, sencilla y curtida en la cultura del esfuerzo y la decencia. Y de esa formación responden, en primer lugar, Ana María y Sebastián, sus padres; pero también sus abuelos y Maribel, su hermana; Xisca, su novia, y la tribu entera, la gran familia Nadal, que le apoya sin descanso y le arropa el corazón cuando lo necesita. Entre todos han enseñado al campeón a vivir conforme a lo que, según George Orwell, se llama common decency, la decencia común, los principios, la infraestructura moral básica que hace cabales a las personas, y justas y equitativas a las instituciones y, en definitiva, a la sociedad.
Rafael Nadal nos está haciendo vivir a sus millones de admiradores la utopía, esa imagen -como escribe Zygmunt Baumam- de otro universo, diferente del que se conoce por experiencia directa o por haber oído hablar de él. El término utopía solía hacer referencia a un objetivo, soñado y lejano, hacia el que el progreso debería, podría y habría de dirigirse para que, al final, los que van en su búsqueda lograran un mundo mejor. Un posmoderno diría que la utopía es vivir en la nube (no estar), y ojalá que Rafa nos permita quedarnos en ella mucho tiempo.
Todos saben, Rafa Nadal el primero, que lo importante del éxito -como escribiera Albert Camus- no es tenerlo sino merecerlo, porque no vale el éxito pasajero. Hay que luchar y trabajar por la excelencia, por el buen hacer. Lo demás se nos dará por añadidura con el aderezo de unas gotas de suerte.
Y, claro, todo esto se consigue con el aporte de un equipo al que es de justicia hacer referencia. Junto a Ángel Ruiz-Cotorro, el renombrado médico siempre cercano que (con otros especialistas) cuida a Rafael desde hace muchos años, están los que son, y son los que están: Toni Nadal, tío del tenista y su entrenador, por cierto, sin cobrar. Un hombre singular y, a su manera, sabio, que atesora una profunda conciencia social y se ocupa, como académico del tenis, de limpiar, fijar y dar esplendor a la vida profesional de Rafa.
Carlos Costa, mánager de Nadal y el gran muñidor de las relaciones comerciales, de la presencia de espónsores en la vida del tenista. Es el artífice de los patrocinios, de la imagen, de la publicidad y de mil cosas más del ídolo deportivo. Le hace fácil la vida. A Carlos no hay que buscarlo; siempre está y, si no existiese, habría que inventarlo.
Benito Pérez-Barbadillo, el hombre de la comunicación. Un jerezano que vive en Mónaco (¿cabe más arte?) es en el equipo el fiel guardián de las relaciones con los medios. Un profesional que se hace querer y rogar, aunque la espera siempre merece la pena.
Rafael Maymo, fisioterapeuta de Nadal y su hombre más cercano. Siempre viaja con el número uno. Discreto, generoso, pausado, extraordinario profesional y con un punto de ironía que lo hace entrañable. Anotador exhaustivo de todos los detalles de la vida profesional del tenista y dispuesto siempre a trabajar a favor de su paisano.
En ese reducido y conjuntado equipo, está claro, faltaba alguien para llevar las maletas y hacer los recados. Pero el puesto ya se ha cubierto: el arriba firmante lo ha solicitado y, no sin dificultades, obtenido. Es un honor.
Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre