La cultura de los impotentes
Me acerco a un mostrador en el aeropuerto con la angustia de saber si me va a faltar algún dato o documento, de si me van a tratar bien. Será por las experiencias variadas del año transcurrido, en que, por ejemplo, he tenido varios altercados con la Administración para resolver un tema de formalización de una sociedad. Y ni os cuento cuando he intentado entender el coste de las facturas de comunicaciones. O cuando he discutido con el supervisor de la zona azul sobre la multa de aparcamiento.
Mientras me atiende la azafata, y le pongo mi mejor sonrisa, recuerdo lo que he leído sobre el impacto de powerlessness en las compañías, que yo entiendo, como los impotentes. Existen organizaciones, privadas y públicas, en las que se genera una cultura de "no soy nadie", "no cuento para nada", "no tengo poder ni capacidad". Es decir, los numerosos niveles estructurales, el flujo de comunicación, la cultura de información, pueden causar que el personal se sienta infeliz y poco útil en su cometido. Vierten esta frustración en los menos poderosos que ellos, que, muchas veces, es el cliente a quién están atendiendo.
Es como el chiste en que el jefe machaca al empleado, éste llega a su hogar y le grita a su esposa, quién chilla al niño, que le tira al perro de la cola. Cuántas veces tenemos la sensación de que el empleado que nos atiende está ralentizando el proceso porque le apetece. Simplemente. Aunque seguro que el procedimiento le da la razón. La falta de capacidad, de autoridad, de ilusión, provoca resentimiento.
Los impotentes se generan en las compañías limitando su acceso a la información, o restándoles públicamente relevancia, inhibiendo su capacidad de pensar, tomar decisiones, impactar en el negocio. Las empresas con organizaciones en que hay rivalidades internas, conflictos entre distintos grupos o departamentos, tienen más oportunidades de ser ineficientes, lo cual impactará en sus resultados. ¿En política aplicará igual? Mejor no entrar en ese debate.
En una ocasión, hace años, me nominaron para participar en un comité en mi empresa. Antes de la primera reunión, me acerqué a mi jefe, para requerirle instrucciones más concretas sobre alguno de los aspectos que se iban a debatir. Mi jefe me respondió que él me había nominado porque tenía la confianza de que mis opiniones y decisiones iban a ser las adecuadas. Ese comentario reforzó mi confianza, y me sentí implicada y con capacidad de actuar y de impactar. Es lo que los anglosajones llaman empowerment. No fui una impotente negativa, sino que resolví y me sentí satisfecha y orgullosa de la situación. Aprendí que el líder es quién debe construir la confianza en el equipo.
Cuando la amable azafata me ha resuelto ágilmente el trámite, e incluso ha hecho la vista gorda con algún exceso de peso en mi equipaje, respiro tranquila. No sé si estamos mejorando, si hemos comprendido que hay que dar poder a las personas, capacidad de decisión, o, simplemente hoy he tenido suerte. Empiezo mis vacaciones con buen pie.
Puri Paniagua. Socia de Neumann International