El juego de las adivinanzas
Vivimos tiempos económica y financieramente convulsos. Después de un largo periodo de abundancia nos hemos caído del guindo en que vivíamos y nos hemos reencontrado con la cruda realidad. La mayoría de familias y empresas españolas intentan adaptarse a la gélida situación con sacrificios y azuzando la inventiva. Podemos decir también que las administraciones públicas -con una inercia, unos tiempos y una flexibilidad particular- también intentan aterrizar, tanto por la vía de los ingresos como de las inversiones y de los gastos corrientes; aunque la gestión de estos últimos, les resulta muy compleja.
Ahora, en plena canícula, ha reaparecido el debate sobre nuevas subidas de impuestos, sobre su formato y sobre su entorno. Otra vez, el juego de las adivinanzas... Vaya por delante que independientemente de las consecuencias, de la ética y de la eficacia de las subidas, la suerte está echada: van a seguir incrementándose significativamente los impuestos.
En poco más de medio año, se han subido los impuestos especiales -tabaco y carburantes-, se ha dado marcha atrás con las últimas rebajas del IRPF -los 400 euros y cheque bebé-, se ha incrementado la tributación del ahorro y en julio hemos empezado a pagar más de un 10% del IVA. Todo ello sin contar con que muchos ayuntamientos han subido el IBI o han descubierto o resucitado tasas, a la vez que algunas comunidades, además de anunciarnos subidas de sus tramos de renta, han elevado significativamente el Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales y el de Actos Jurídicos Documentados.
Independientemente de los efectos recaudatorios a corto plazo, las subidas generalizadas de impuestos -atendiendo al nivel que ya hemos alcanzado- tienen sus límites y tienen sus perversas consecuencias sobre el comportamiento del ahorro y de la inversión, y la negativa reacción de los agentes económicos debe ser valorada. En comparación con nuestros socios comunitarios, nuestro tipo de IVA -después de la última subida de 2 puntos- sigue estando un poco por debajo de la media, pero evidentemente hay que tener en cuenta nuestro nivel de renta. El Impuesto sobre Sociedades acarrea un tipo nominal por encima de la media y además tenemos las abultadas cotizaciones empresariales. Nuestro tipo máximo de IRPF ya tiene un 43% y un tipo al ahorro del 19/21%. Los impuestos sobre el alcohol, el tabaco y los hidrocarburos, aunque situados por debajo de la media, no han parado de subir. Además, la compleja maraña impositiva autonómica y local ya ha alcanzado unos niveles respetables. Es decir, globalmente y atendiendo al nivel de renta, los contribuyentes españoles están realizando un gran esfuerzo y tanto para lo bueno como para lo malo nos podemos homologar al resto de socios de la unión.
Cualquier subida generalizada de impuestos requiere de un discurso ético creíble. Por un lado, y aún reconociendo la dificultad de embridar el gasto corriente de las administraciones, tengo dudas sobre si se ha explicitado un replanteamiento global y serio del hacer del sector público a la ciudadanía. Por otro lado, antes de incrementos se deberían acordar correcciones de calado en nuestro sistema fiscal, desde el modelo de módulos a la propia operativa de las administraciones tributarias. Tampoco olvidemos que las subidas generalizadas de tipos tienden al incremento del fraude y a la picaresca, que no fomentan la actividad económica ni el ahorro y que la eficacia recaudatoria no es proporcional a los incrementos nominales.
Aunque es de agradecer y aplaudir propuestas claras de debate público sobre la conveniencia o no de subidas impositivas por parte de nuestros líderes políticos -especialmente cuando algunas veces se han introducido casi de tapadillo- el tema es mucho más serio y profundo y el juego de adivinanzas sobre si tendremos un nuevo impuesto sobre las grandes fortunas o sobre si se incrementarán los tipos del IRPF o los impuestos especiales o qué va a suceder sobre los tramos autonómicos o la fiscalidad local o sobre la introducción de la Euroviñeta o un nuevo impuesto comunitario, sin un relato global del sector público que queremos, no me parece ni conveniente ni acertado así como resulta peligroso.
Valentín Pich Rosell. Presidente del Consejo General de Colegios de Economistas