El papel de la economía europea está en el aire
El desempeño de la economía europea conduce a una preocupación que, mucho más allá de la anemia del crecimiento y de la lentitud para salir de la recesión, aspectos coyunturales en el actual estado de crisis, debe hacer reflexionar seriamente a las autoridades comunitarias y nacionales y a los responsables de las empresas de la UE. Más que una salida más o menos temprana de esta crisis, que incluye un elevado componente coyuntural, lo que está en juego es mucho más trascendental. Se trata ni más ni menos del papel que la Unión Europea va a desempeñar en el nuevo orden internacional tras la crisis, es decir, en el futuro del planeta. Un rol en el que la vieja Europa pierde protagonismo a velocidad inquietante.
La fotografía de la encuesta de Ipsos Public Affairs, que hoy se publica en estas páginas, es extraordinariamente esclarecedora. Los mayores grados de optimismo de los 24 países que representan el 80% del PIB mundial se manifiestan entre la ciudadanía de los emergentes asiáticos, con China, Indonesia e India a la cabeza. Mientras en esos países la ciudadanía considera muy mayoritariamente -por encima del 64%- que las cosas están siendo enfocadas en la dirección correcta, en las economías europeas de peso ese porcentaje apenas alcanza el 31% en Reino Unido y se queda en un 28% en Alemania. Mucho más abajo aparecen los otros grandes socios europeos como Italia, Francia y España.
El hecho de que EE UU figure también mucho mejor clasificado que todas las grandes economías europeas añade un elemento adicional de inquietud sobre el papel que jugará en el futuro la Unión Europea en el contexto internacional si no se produce un radical cambio de mentalidad en sus socios. Esa inseguridad crece además al comprobar que mientras el 31% de los ciudadanos de los países encuestados esperan que las economías de sus países serán más fuertes en los próximos seis meses, ese porcentaje se dispara en las grandes economías emergentes, en tanto que las europeas se encuadran una vez más en la parte baja de la tabla, muy por debajo igualmente de EE UU.
La percepción de la situación económica entre los ciudadanos de los distintos países lleva a concluir de forma abrumadora que Europa concentra buena parte del pesimismo. Y esta no es una tendencia caprichosa, sino fiel reflejo de los fundamentos de cada zona. Porque la última década, cuyo final coincide con la crisis, ha puesto de manifiesto por primera vez en la historia una resistencia creciente de las economías en desarrollo a las turbulencias creadas por los países ricos. De esta manera, mientras China o India han mantenido velocidades de crucero en torno al 10% y el 7% de crecimiento del PIB, respectivamente, la UE raramente superó el 2%, un porcentaje menor una vez más que el de EE UU. Y es que se está consolidando un cambio de paradigma por el que los emergentes han dejado de ser víctimas de los efectos multiplicadores de las crisis ajenas. El cambio se observa nítidamente también en las clasificaciones de competitividad, en las que China, India y otros países asiáticos están en los puestos de cabeza.
El impacto de la globalización sobre el reparto de las fuerzas económicas del planeta se está inclinando así, de manera determinante, hacia los antes llamados países en desarrollo, principalmente los asiáticos, sin que EE UU pierda influencia.
Eso lleva a pensar de nuevo que es el modelo europeo el que requiere revisión. Sin discutir que el modelo social de la UE representa un avance sustancial sobre el resto, que redunda en beneficio de la ciudadanía y a la vez sirve de paraguas a ingentes cantidades de inmigrantes de los países emergentes, es urgente admitir que sólo gozará de continuidad si es capaz de no perder el paso y adaptarse a los cambios de la economía internacional. Mientras el grueso de las economías europeas siga ausente de los primeros puestos en el ranking Doing Business del Banco Mundial, de facilidad para hacer negocios, y de nuevo también por detrás EE UU, el Viejo Continente seguirá perdiendo posiciones en el marco internacional y hará honor a ese nombre en el peor de los sentidos. Es un problema a resolver en términos de competitividad, que, además, resulta doblemente amenazador en el caso de España, que aparece por lo general en la parte baja de una ya degradada economía europea en el contexto mundial.