Recuperar ingresos sin cercenar la actividad
Como el resto de los países occidentales, España ha tenido que plegarse a la presión de los mercados financieros y virar su política económica expansiva y contracíclica hacia un ajuste del desequilibrio fiscal para no encarecer demasiado la factura financiera del Estado. De encabezar con ostentación los paquetes de estímulo al crecimiento económico en 2008 y 2009 en términos relativos, se ha pasado a la obligada contracción y a ejecutar el mayor recorte del déficit público de toda Europa en 2010 y 2011. La factura de la crisis, en parte engordada por los ingentes paquetes de ayuda a la banca, ha terminado volviéndose contra los Gobiernos, y ahora, cuando la recuperación de las economías maduras arranca, la actividad podría precisar todavía del anclaje público. Pero las tesis de los mercados financieros, a fin de cuentas quienes prestan los recursos, han penetrado en los administradores públicos, sobre todo en Europa, y han apadrinado los programas más severos de consolidación fiscal. Con la iniciativa ejemplarizante de Alemania, toda Europa se ha puesto manos a la obra a reducir su gasto público e incrementar ingresos. España está atrapada en la misma dinámica pese a ser quien más tarde ha abandonado la recesión y tener crecientes posibilidades de volver a ella.
Además de un severo recorte del gasto público, que ha secado los programa de inversión en infraestructuras y ha recortado la renta disponible real de un colectivo de casi 12 millones de personas (funcionarios y pensionistas), ha puesto en marcha un lento paquete de incremento de impuestos que aún no ha culminado. Arrancó el año con avances en el impuesto sobre el capital, continuará con una subida del impuesto sobre el valor añadido desde esta misma semana, y culminará con un nuevo esfuerzo fiscal que el Gobierno pedirá "a los que más tienen", según palabras de su presidente, o con otra subida de los especiales.
Se ha debatido mucho sobre la conveniencia de aplicar ahora una subida de impuestos, y si, de hacerlo, debe concentrarse en los de carácter indirecto que afectan al consumo o debe desplazarse al de la renta del trabajo, del capital, a los beneficios o a las cotizaciones. Los números nos sacarán de la duda en lo que se refiere a la recaudación, que en este momento es asunto prioritario. En 1992 se aplicó un incremento notable del IVA y curiosamente la reacción fue un descenso de la demanda y de los ingresos, en una época caracterizada también por la contracción económica. Hasta ahora la demanda ha reaccionado con un anticipo de las compras de bienes de uso duradero para evitar la subida del gravamen, lo que puede convertirse también en anticipo de un descenso ulterior de las operaciones y de los ingresos fiscales. Para evitarlo, una parte del comercio, sobre todo la gran distribución de bienes, pretende enjugar una parte de la subida para mantener los niveles de ventas, aún no recuperados de los fuertes descensos de 2008 y 2009.
Hacienda prevé ingresar más de 5.100 millones adicionales al año por el alza del IVA (en 2009 ha ingresado 33.573 millones, la mitad que en 2007); pero es muy difícil calibrarlo, dado que la elasticidad del impuesto es superior a uno (1,6) cuando la economía crece a velocidad de crucero, pero inferior a uno cuando el PIB está paralizado.
Por tanto, lo único que es cierto es que el IVA es un impuesto incierto, puesto que la subida puede degenerar en un descenso de la demanda o en un incremento de la ocultación, sobre todo en servicios, cuando la renta disponible de la ciudadanía está aún en retroceso cíclico. Ello aconsejaría echar mano de otro impuesto con resultados menos inciertos; pero ahora no basta con uno sólo, y será preciso el recurso a casi todas las figuras impositivas, aunque deben respetarse tipos más atractivos en todas aquellas que tengan efecto directo sobre la actividad.
El sistema fiscal español, pese a haber respetado la imposición sobre el consumo muchos años sin retoques, sí ha estrechado la capacidad económica de otros, como el de la renta de las personas físicas, muchas veces más por cuestiones electorales que por convicción económica. Seguramente ha llegado el momento de repensar todo el sistema fiscal, y de hacerlo de tal forma que los impuestos se conviertan en palancas de crecimiento económico, que a la postre es el mejor multiplicador de los ingresos.