A pesar de todo, a Shell le gusta el gas
El gas de esquisto es una inversión de tortugas más que de liebres. Con los precios del gas moribundos, los accionistas de Royal Dutch Shell no pueden esperar un rápido retorno de la compra de East Resources por 4.700 millones de dólares. Pero las penalidades de las perforaciones en aguas profundas en EE UU resaltan las dificultades a las que se enfrentan las grandes petroleras para la sustitución de las reservas, y tal vez explique la motivación del gigante energético angloholandés.
La carrera por el gas ya ha sido costoso para las empresas más importantes de energía. En teoría, el sombrío panorama para el gas les habría permitido hacerse con activos a precios de ganga. Las nuevas técnicas mineras conocidas como fracking, que han reportado alrededor de 616 billones de pies cúbicos de gas, han deprimido también los precios. A poco más de cuatro dólares por millón de unidades térmicas británicas, el gas sigue comerciándose a un tercio de su pico en 2005. Si se ha de creer a los futuros operadores, el gas continuará flotando por debajo de los seis dólares en los próximos años.
Aún así, el frenético deseo de los supergigantes de emigrar de nuevo a la seguridad política de EE UU significa que hay abundancia de licitadores competidores para los activos que producen gas. Por lo que los cerca de 4.500 dólares por acre que Shell paga por el territorio de Marcellus Shalle se enmarcan dentro de la amplia gama de acuerdos recientes. Tan sólo tres años antes, cuando la tecnología del esquisto estaba en pañales la tierra podía comprarse por sólo 100 dólares por hectárea.
Dicho esto, Shell ha comprado productos de calidad. El Marcellus Shale en Pensilvania y Nueva York está a la vuelta de la esquina del mercado de energía de la Costa Este. Shell ha comprado también tierras en la Eagle Ford Shale de Texas, considerado como el futuro King Kong del esquisto.
La continua atracción del esquisto refleja la pobreza de opciones. Con los Gobiernos y las compañías nacionales de petróleo acaparando gran parte del petróleo mundial, las compañías privadas se han visto obligadas a buscar en aguas profundas. La decisión de Obama de llamar a un cese temporal de la perforación en el Golfo de México tras el fracaso de BP cierra otra vía al menos por el momento.
Hasta ahora, Shell ha estado muy por delante de sus competidoras a la hora de reemplazar sus recursos. Pero con cada vez menos opciones, ni Shell ni sus rivales pueden permitirse ser tan exigentes como les gustaría.
Por Christopher Swann