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A fondo

Salgado ve trasnochado el cuento de Robin Hood

Desde que José Luis Rodríguez Zapatero accedió en abril de 2004 al Gobierno, su obsesión por ampliar el gasto social y proteger a las capas menos favorecidas destacó como una de sus principales señas de identidad hasta que, el pasado 12 de mayo, en una sesión parlamentaria que muchos consideran histórica para el socialismo reciente, esta imagen de arquero bienintencionado y poco temeroso del poder del dinero saltó por los aires.

Hace unos días se estrenó la película de Ridley Scott donde se narran las aventuras de un bravo arquero que, a la muerte del rey Ricardo Corazón de León, encuentra en Nottingham la desgracia de una ciudad humillada por los tributos recaudados por el déspota de turno. Es una adaptación libre y ruidosa de la antigua leyenda de la Inglaterra medieval protagonizada por el Robin Hood que vivía escondido en el bosque de Sherwood y repartía entre los pobres el botín que robaba a los ricos.

Desde que José Luis Rodríguez Zapatero accedió en abril de 2004 al Gobierno, su obsesión por ampliar el gasto social y proteger a las capas menos favorecidas destacó como una de sus principales señas de identidad hasta que, el pasado 12 de mayo, en una sesión parlamentaria que muchos consideran histórica para el socialismo reciente, esta imagen de arquero bienintencionado y poco temeroso del poder del dinero saltó por los aires.

Esta foto del presidente estaba bastante fijada entre los seis millones de ciudadanos que sostienen el sólido suelo electoral del PSOE elección tras elección y, quizás, también entre los cinco millones de votantes extra que este partido obtuvo en marzo de 2008 y a los que el viraje tan brusco dado por Zapatero en cuestión de días les ha podido dejar, según las últimas encuestas, algo desorientados y cabizbajos. El despiste es compartido ampliamente también en las filas socialistas, no porque el arquero leonés desprendiera especiales simpatías en todos los territorios, sino porque no se acierta a comprender como careció de los reflejos suficientes para gestionar de forma gradual una modulación en su política económica capaz de sortear tanto sobresalto.

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Al contrario de lo que sucedía en la etapa de Felipe González, el ala izquierda del PSOE es ahora mucho menos potente que antes, entre otras razones porque su discurso ha sido suplantado desde 2004 por el propio presidente y por la UGT. La corriente Izquierda Socialista ya no habla de marxismo y el famoso programa 2000 de Alfonso Guerra hace tiempo que quedó enterrado en el olvido. Lo que piden ahora las voces más influyentes del partido, algunas de las cuales se examinarán en las urnas en mayo de 2011, no es, por tanto, un viraje hacia la demagogia, sino un Gobierno con sentido común y con liderazgo político que esté a la altura de las circunstancias. Si Zapatero consiguiera escapar de las tribus cortesanas que tanto daño hacen a cualquier presidente y escuchara de verdad lo que comentan en privado los cuadros del partido, afirma desde el anonimato un veterano diputado, se daría cuenta de que en el PSOE se han disparado todas las alarmas ante la sensación de desbordamiento y de desorden mal disimulado que ofrece en estos momentos el Gobierno. Si nos ceñimos al área económica, es interesante contextualizar lo que está ocurriendo en ella recordando la etapa en la que estuvo a su frente Pedro Solbes.

El ex vicepresidente, uno de los pocos que ha dejado el Gobierno de Zapatero sin grandes rencores ni declaraciones altisonantes, encaró con valentía las incursiones de Miguel Sebastián como jefe de la Oficina Económica y aguantó el tipo en el cargo hasta que comprobó que el presidente le hacía poco caso y, en ocasiones, le humillaba. Cuando en abril de 2009 Elena Salgado le relevó en su responsabilidad, todos los equilibrios de poder entre Moncloa y Alcalá, 9, cambiaron, siempre a favor de la Oficina Económica que Javier Vallés heredó de David Taguas. El problema añadido, aseguran fuentes conocedoras de lo que se cuece en las dos instancias de influencia, es que hay ocasiones en las que Zapatero acostumbra a ir por libre. Hasta el punto de que para los mejores especialistas en las neuronas del presidente es difícil precisar muchas veces si sus anuncios derivan de conversaciones mantenidas con su primo, José Miguel Vidal, con Miguel Sebastián, con Javier Vallés, con Elena Salgado, con importantes banqueros y empresarios a los que consulta por el móvil o con Miguel Boyer, la última incorporación a lo que se ha dado en llamar la cofradía de la adoración nocturna.

En su último anuncio más espectacular, que anticipa la creación de un impuesto para los que "realmente tienen", ha influido de forma decisiva la factoría de José Blanco, es decir, la más apegada a la democracia instantánea que le sirve al presidente para gobernar a pie de encuesta. De esta forma, el arquero leonés tomó partido por las voces que dentro de su partido han reclamado en los últimos días algún gesto que compense el perjuicio que se va a causar a más de seis millones de pensionistas y tres millones de funcionarios que verán encogido su poder adquisitivo.

Múltiples frentes

Aunque nunca lo reconocerá en público, la fecha elegida para este anuncio, vísperas de un Consejo de Ministros importante, y la forma en que se hizo, no sentaron nada bien a Salgado, en serias dificultades para abordar los frentes que se le han abierto en el plan de ajuste impuesto por Bruselas para recortar las políticas de gasto. La vicepresidenta logró parar el jueves el golpe, pero le ha dejado cicatriz y todavía es pronto para analizar sus consecuencias. Cuando el mismo jueves por la mañana un periodista le preguntó en el Congreso si podía aclarar que entendía por "las rentas más altas", la vicepresidenta respondió: "Evidentemente, no". Una informadora le insistió. La respuesta fue: "Hizo ayer unas declaraciones el presidente y a ellas me remito". Elena Salgado considera trasnochado el cuento de Robin Hood.

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