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Una quita de 110.000 millones para Grecia

Sólo los ingenuos creen a estas alturas de la vendimia que Grecia va a pagar íntegramente sus deudas. El mercado ha olfateado sin duda que Grecia tiene una limitadísima, y cada vez menor, capacidad de pago, y ha llevado contra las cuerdas a su gobierno y a su tesorería. El plan de rescate europeo con los 110.000 millones de euros es imprescindible para la supervivencia del país heleno, y lo es para sus socios para preservar la supervivencia del euro. Pero tras sacar a Grecia durante dos años de los mercados de capitales, no quedará más solución que la reestructuración de sus obligaciones, una suspensión controlada, cuya primera condición será una importante quita de los acreedores. Y como la solución financiera pasa por la decisión política, serán sus socios comunitarios quienes renuncien al cobro de las aportaciones que hagan durante estos tres años, a los 120.000 millones, cada uno son su parte.

Ganamos todos, pues, con el rescate exclusivamente porque evitamos el derrumbe de la moneda común, cuyo funcionamiento tiene mil imperfecciones, pero que puede ser, bien gobernada y cuidada, una de las mejores decisiones de Europa desde la Guerra Mundial. Pero la ganancia no está, en absoluto, en los réditos financieros directos del crédito entregado a Grecia, en el 5% aplicado a los 110.000 millones de euros. No está en los intereses porque de poco vale cobrarlos, si finalmente hay que renunciar al principal.

El default controlado de Grecia no sólo lo manejan ya los mercados como una posibilidad que se manifiesta en el precio de sus bonos, ya en niveles inferiores al 70% de su valor facial. Hasta la canciller Merkel, que el pasado miércoles puso todo su prestigio en reclamar al parlamento alemán el respaldo al programa de ayuda, dijo con claridad que entre las reformas que hay que introducir en las leyes comunitarias para evitar que algo como lo ocurrido estos meses vuelva a suceder, hay que preparar fórmulas que permitan precisamente a un país la suspensión de pagos. Si el euro fuese una moneda arraigada, con unidad de política monetaria, fiscal y económica, una suspensión de pagos no tendría mayor problema. Claro que, con tales atributos en el euro y una unidad de decisiones, Grecia no estaría en el euro, y si estuviese no habría llegado a la situación que ha sobrevenido.

Sigue siendo necesaria mucha mano izquierda para superar este episodio que ha puesto contra la pared al euro y en evidencia a todas las instituciones de la Unión Europea. Pero ahora hay que volvar los esfuerzos en el salvamento de Grecia como primera obligación para evitar contagios mucho más serios en otras economías de la zona, que pueden ocurrir por mucha distancia que exista entre las condiciones financiera de cualquiera de las economías de la zona euro y Grecia.

Pero los mayores esfuerzos tienen que hacerlos precisamente los griegos. Su Gobierno, sus partidos, sus sindicatos, sus empresarios, su banca y su ciudadanía, que han vivido muchos años artificiosamente por encima de sus posibilidades, en una nube gaseosa de falso bienestar. Sabemos que no podrá pagar sus deudas. Pero deben cambiar radicalmente las condiciones económicas de la economía helena para recomponer las bases del crecimiento, y abandonar la dependencia enfermiza e infinanciable del dinero público, que necesariamente tiene que venir del exterior, puesto que es un país sin ahorro interno. La confianza de los mercados se pierde en un santiamén, pero tarda muchos años en recomponerse. Austeridad, seriedad, sobriedad, ahorro, esfuerzo, sacrificio, competitividad. Sin todos y cada uno de esos ejercicios Grecia no saldrá adelante y tendrá en jaque a toda Europa.

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