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Tribuna
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æscaron;til, pero insuficiente

El 6 de abril entró en la Comisión de Economía y Hacienda del Congreso de los Diputados el proyecto de Ley de Economía Sostenible (LES). Este parece, pues, un momento propicio para reflexionar sobre los retos de la economía española y el papel que una ley como esta puede jugar en el cambio de modelo productivo.

El que haya que hacer reformas para entrar en una nueva senda de crecimiento no lo discute ya nadie con un mínimo de sentido común. La crisis financiera internacional del 2007 cerró la época dorada en la que España creció a base de incrementos de población ocupada y, desde el 2004, como consecuencia del boom inmobiliario. Ambos motores del crecimiento eran insostenibles en el largo plazo. Ahora se trata de crecer a base de incrementos de productividad.

¿Y esto cómo se puede conseguir? Con tres tipos de medidas. Primero, con medidas de mejora del entorno económico. Entre ellas, las dos más importantes: una seria limpieza del sistema financiero y una fuerte consolidación fiscal. En segundo lugar, con medidas que flexibilicen los mercados de bienes y servicios. Aquí la medida más importante es la de siempre, no por más repetida menos cierta: la profunda reforma del mercado de trabajo. Finalmente, en tercer lugar, es necesario incrementar la capacidad innovadora de la economía. Esto requiere cambios en el funcionamiento de la Universidad, el eslabón clave en la generación de ideas en otros países.

¿Cuánto aporta la LES en este camino de las reformas estructurales? Empecemos por lo positivo. La LES no propone ninguna disposición particularmente negativa. Esto es un alivio ya que los globos sondas que surgían hacían temblar a uno de pánico. A fin de cuentas, la mera palabra "sostenible" suele estar asociada a ideas poco sólidas de cómo organizar una sociedad. Todos aquellos que, desde las Administraciones Públicas y con poco reconocimiento, han conseguido podar la LES de ocurrencias peregrinas merecen una sincera alabanza.

Y no solo evitamos lo peor. La LES también plantea una serie de principios bienintencionados a las que poco puedo objetar (excepto dudar de su utilidad práctica más allá de llenar folios) y de un conjunto de reformas, pequeñas y diversas, pero ciertamente en la dirección correcta.

Pero tras lo positivo, también tenemos que hablar de lo negativo. La carencia más grave de la LES es lo que se deja fuera. Muchas reformas, desde la de la justicia a la de la asegurar la unidad de mercado, no se acometen o lo hacen de manera muy parcial. A mí aquí me gustaría resaltar cuatro reformas pendientes fundamentales (el lector interesado puede consultar para más detalles www.reformasestructurales.es, donde un grupo de 25 economistas hemos intentado explicar las reformas con cuidado).

En primer lugar, la reestructuración del sistema financiero. La evidencia internacional es que los países que han sufrido crisis financieras solo vuelven a crecer cuando las instituciones financieras se limpian. Hay que hacer algo serio con las cajas por mucho que a los políticos autonómicos les moleste.

Segundo, tenemos que asegurar la sostenibilidad de las cuentas públicas a largo plazo. El verdadero reto presupuestario no es el que viene de la situación cíclica actual, por mucho que sea seria, es cómo pagar las pensiones y la sanidad de las próximas décadas.

Tercero, hay que reformar el mercado de trabajo y cortar por lo sano con el entramado de contratos especiales y figuras particulares que sufrimos. La propuesta del Gobierno al respecto es ambigua y centrada en detalles irrelevantes para la realidad económica nacional, como el imitar el programa de trabajo a jornada reducida alemán.

Una cuarta área que la LES solo trata para cubrir el expediente es la reforma educativa. España sufre una tasa horrible de fracaso escolar, no produce buenos técnicos intermedios y no tiene ni una sola universidad entre las 100 mejores del mundo. Así no hay manera de asegurar que la productividad crezca.

Al menos que estos y otros temas se afronten de cara, España no volverá a la senda de crecimiento que necesitamos. La LES, aunque es un paso en la dirección correcta, no es ni mucho menos suficiente.

Jesús Fernández-Villaverde. Profesor de la University of Pennsylvania y miembro de Fedea

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