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Columna
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Prevenciones contra la corrupción

Inundados como estamos de noticias acerca de la corrupción, con el sumario del caso Gürtel a punto de hacerse público, mientras en Mallorca el ex presidente de Baleares, Jaume Matas, reúne en un santiamén los tres millones de euros de fianza impuestos por el juez del caso Palma Arena para eludir la prisión provisional, cunden noticias de proyectos legales consensuados entre el PSOE y el PP para eliminar esta plaga. Aclaremos que la plaga ahora afecta sobremanera al PP porque se sustancian los abusos cometidos durante los ocho años, de 1996 a 2004, en que estuvieron en el poder bajo la guía de Ánsar, quien casó a la nena en El Escorial y puso en la pista de las oportunidades al yernísimo, Alejandro Agag, del que tantas tardes de gloria se esperan. Pero el momentum del PP sucede a otros protagonizados por el PSOE, Convergència i Unió, PNV y tantos y tantos que no siempre se han depurado con la radicalidad necesaria.

Estas líneas se escriben en Jueves Santo, aniversario de la Sagrada Cena, cuyos oficios religiosos tenían aquella impresionante solemnidad y se ambientaban con músicas de especial belleza. Todo ello ha sido aniquilado por Conferencias Episcopales y otras burocracias eclesiásticas para dar paso a la modernidad escuálida de Dominique, nique, nique y otros soniquetes a base de a la orilla he dejado mi barca, que han tenido a medio plazo efectos disuasivos y han dejado desiertos los templos. Ahora apenas registran media entrada porque las jerarquías han sido las primeras en desertar, en abandonar el altar y el púlpito para lanzarse a las manifestaciones callejeras. Han preferido las consignas coreadas a las vigilias de oración. Han optado por las concentraciones sectarias en lugar de la piedad, la frecuentación de los sacramentos y las peregrinaciones penitenciales. La etapa intermedia fue la de los lemas para consumo de los tibios, como la del Jueves Santo, Día del Amor Fraterno. Así que la jornada en que escribo, bajo esa inscripción en su frontispicio, debería ser de comprensión e indulgencia hacia los demás.

Por eso, como decía Gila, nos limitaremos a decir aquello de "alguien ha matado a alguien y no me gusta señalar", esperando que quien corresponda se dé por aludido y se entregue a la justicia para la expiación de su delito. Nuestra recomendación evitará proponer más normas legales que se sumen a la maraña ya vigente contra la corrupción. Partimos del principio de que la corrupción es imposible que sea por completo erradicada, porque crece como la mala hierba. Sólo puede ser contenida y castigada allí donde se identifique y para ello es preciso mantenerse en permanente vigía. Por eso, la democracia está basada en una buena dosis de desconfianza hacia los poderes públicos que han de ser sometidos a escrutinio de modo permanente. Porque en el estado de naturaleza caída en que nos encontramos, como nos recordaban los oficios religiosos de la Semana Santa, todos queremos más y a todos nos gusta enriquecernos por el camino fácil del ventajismo.

Eliminar la corrupción es un imposible como sería abolir la ley de la gravitación universal o la oxidación de los metales. Pero más que seguir sumando leyes y normas, bastaría con leer en el Congreso algún poema de don Francisco de Quevedo donde se dice que "lo mismo es la batalla que la guerra/ el que la viere dar tendrá victoria/ pues los ojos del Rey arman la guerra", o repasar los artículos de la cartilla del guardia civil, procedencia del Duque de Ahumada, fechada en 1845. Su artículo 7 dice que el guardia civil cuando tenga la suerte de prestar algún servicio importante, si el agradecimiento le ofrece alguna retribución, nunca debe admitirla porque no hace más que cumplir con su deber y si algo debe esperar de aquel a quien ha favorecido, debe ser sólo un recuerdo de gratitud. Valiosísimo también el artículo 23 a tenor del cual "para llenar cumplidamente su deber, procurarán los guardias civiles conocer muy a fondo y tener anotados los nombres de aquellas personas, que por su modo de vivir holgazán, por presentarse con lujo, sin que se les conozcan bienes de fortuna, y por sus vicios, causen sospecha en las poblaciones". Claro que en nuestros días, los así descritos más que sospecha causan admiración.

Miguel Ángel Aguilar.Periodista

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