Pros y contras del plan para Grecia
Es un tanto paradójico que se llame plan de rescate europeo a un plan que no concreta ningún rescate, en el que se presta dinero a tipos de mercado y en el que interviene tanto el FMI como la Unión Europea. Pero es lo que hay. Y la solución podría haber sido más rápida si la canciller alemana Angela Merkel no se hubiese transmutado en una versión germánica de la Dama de Hierro -aquel famoso "We want our money back"-. Pero si se sientan 27 jefes de gobierno en una sala para que hablen de dinero raramente sale de ahí un acuerdo claro y sin ambigüedades.
No debería ser una gran sorpresa, pues en Bruselas se solían cambiar cuotas de captura de la bacaladilla por apoyos en directivas sobre seguros. Pero no todo el mundo parece contento, ni los mercados se han calmado en gran medida. La sindicación del lunes se cubrió sin mucho margen y a precios altos, y la subasta de ayer no se cubrió.
Probablemente el mercado haya leído en el pacto de la semana pasada más una componenda política que otra cosa. Se podían hacer dos cosas. Una, dar la imagen de que no se dejará caer a Grecia para disuadir a los inversores de presionar más la deuda. Otra, poner dinero encima de la mesa. La UE se ha quedado a medio camino de las dos.
En la partida de póquer que se inició en diciembre, la Europa del Norte parece prisionera de su propia jugada. Porque hacer que el mercado se encargue de convencer a los griegos de la necesidad de disciplina fiscal puede parecer una buena idea. Pero -y parece mentira que no se diesen cuenta antes-, el mercado no se puede controlar. La crisis griega ha degenerado en una crisis para la zona euro, y las reticencias alemanas parecen mal encaminadas. Si los inversores siguen percibiendo que Grecia puede caer, seguirán mordiendo. Y Alemania no saldría ganando con este entuerto, de modo que en algunas semanas volverán las mismas discusiones. Se ha ganado tiempo, pero poco más.