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Tribuna
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Generar empleo y sanear las cuentas públicas

La mayoría de economías avanzadas comparte hoy un diagnóstico de abandono de la fase recesiva más profunda de la crisis y una senda favorable, pero de crecimiento contenido, en el medio plazo. Sin embargo, estas perspectivas están sujetas a la consecución de un difícil equilibrio en el manejo de los instrumentos de política económica. Sin restarle importancia a la discusión sobre las decisiones de los bancos centrales, el debate se encuentra hoy más centrado en el ámbito fiscal. La gravedad de la recesión alcanzada entre septiembre de 2008 y marzo de 2009 llevó a los Gobiernos a aprobar unos planes de estímulo necesarios para evitar el colapso de sus economías.

A la luz de la evolución del producto interior bruto (PIB) desde la primavera pasada puede afirmarse que el objetivo, compartido con los bancos centrales, se ha conseguido. La mayoría de economías avanzadas saldó positivamente los tres últimos trimestres de 2009 e incluso Estados Unidos cerró el pasado año con un aumento interanual del PIB. Según las estimaciones de algunos Gobiernos, la contribución de la política fiscal a estos resultados habría sido muy significativa, con impactos en torno a 1,4 puntos de crecimiento por cada punto de estímulo. Si se utiliza este multiplicador, la contracción en 2009 habría sido del 4%-5% en Estados Unidos, del 7%-8% en Alemania, cercana al 4% en Francia y al 6% en España, unos dos puntos en promedio por debajo del dato observado.

Para 2010 se anticipa cierta retirada de los programas de estímulo fiscal, pero todavía cabe esperar una aportación positiva y significativa ante el escenario de moderado avance del PIB que se señalaba al inicio. A estas consideraciones cíclicas hay que añadir el impacto estructural de la crisis sobre las economías. La OCDE ha estimado para el conjunto de sus miembros una contracción del 3,1% en el nivel de actividad potencial, lo que supone debilitar de forma significativa la capacidad recaudatoria de los Gobiernos.

Por tanto, en la reducción del enorme déficit público generado por la recesión y por las medidas de estímulo hay que considerar ajustes presupuestarios significativos. En este punto es donde se sitúa el verdadero dilema de gestión de los instrumentos de política fiscal. La evidencia muestra la importancia que han tenido los estímulos implementados en el último año para sostener la demanda, pero ni se pueden mantener eternamente ni se pueden retirar de forma abrupta.

Cabe buscar en esta línea de equilibrio la manera de generar empleo y sanear las finanzas públicas. Factores positivos, como el dinamismo de las economías emergentes o los bajos tipos de interés contribuirán a suavizar el ajuste, pero la reflexión exige establecer prioridades sobre las partidas de ingresos y gastos de los Estados, especialmente en aquellos países, como España, donde el modelo de crecimiento pasado ha quedado extenuado.

El dinamismo futuro de nuestra economía debe pasar por incrementos de la productividad, la exportación de bienes y servicios de mayor valor añadido y la ampliación de la base de capital, físico, tecnológico y humano. El camino a esta situación debe ser fomentado y apoyado desde las políticas fiscales, facilitando que las empresas inviertan, contraten trabajadores y se posicionen en los mercados exteriores.

Evidentemente, no se trata de un objetivo fácil si, como es el caso, debe ejecutarse al mismo tiempo que se reduce el déficit al objetivo del 3%. Como en todas las actividades económicas, en el sector público existe margen para ganancias de eficiencia, es decir, para la reducción del gasto sin afectar a las funciones esenciales del Estado.

Xavier Segura. Jefe del Servicio de Estudios de Caixa Catalunya

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