El rubicón de Obama
Las grandezas y las miserias de los partidos políticos se dieron cita el domingo en la Cámara de Representantes norteamericana. Las fracturas y cleavages políticos de los dos grandes partidos escenificaron un extraordinario combate político y dialéctico. El presidente Obama tuvo que emplearse muy a fondo en esta batalla ardua y procelosa por la reforma sanitaria. Un hito, un logro que sin embargo choca para la mentalidad europea más dada a la intervención estatal. En EE UU el papel de la sociedad civil anterior a la irrupción misma del Estado, a diferencia de Europa, marca el pulso político, las pretensiones y, sobre todo, la lucha entre un feroz liberalismo y un mitigado intervencionismo del Estado que es escrutado con dureza.
Treinta y dos millones de norteamericanos tendrán a partir de 2014 y gradualmente acceso a los servicios sanitarios públicos, a través de una red de subvenciones públicas e incremento de impuestos. Pero ¿por qué no era posible la sanidad pública en un país modélico en muchos aspectos y con un gran desarrollo y bienestar? Es el país que goza de las clínicas y fundaciones privadas más importantes del mundo para la investigación y la sanidad, donde particulares y asociaciones destinan millones de dólares anuales para el estudio y la diagnosis, pero en el que más de 45 millones de ciudadanos carecen de seguridad médica. El peso y el corporativismo de las aseguradoras privadas hace el resto, amén de los gigantes farmacéuticos. La alternativa a un seguro público no ha prosperado, todo es privado y asistencia de beneficencia.
Entre los logros de la reforma el freno a abusos de las aseguradoras cuando se niega la cobertura de determinadas enfermedades, máxime a las más graves. Como también la no pérdida de las prestaciones y servicios sanitarios cuando los mismos están vinculados a una relación de trabajo. Entre las quiebras, la no cobertura a quince millones de ciudadanos sin acceso ni posibilidad alguna a los servicios médicos.
América es el país de los sueños, oportunidades, pero también de los contrastes. Donde las concepciones de lo privado y lo público, lo político y lo económico se yerguen como muros impenetrables. Sólo siete votos salvaron una votación en la que el presidente se jugaba mucho. Se volcó en la reforma, rebajó sus pretensiones, buscó uno a uno el voto de los suyos, aunque una treintena de demócratas votaron en contra de la ley. Es la grandeza del sistema de partidos norteamericanos, donde cada voto hay que buscarlo, donde cada uno puede poner sus condicionantes y obtenerlo como el de algunos demócratas que han arrancado del presidente la promesa de no financiar con dinero público abortos.
Abel Veiga Copo. Profesor de Derecho Mercantil de la Universidad de Comillas