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De los sioux de Borrell a los chinos de Ocaña

El plan que Ocaña y Pedroche, gestores tributarios en España, preparan para aflorar el fraude fiscal, en el que piensan pasar por el escáner a todo bicho viviente, me recuerda al que en los ochenta puso en marcha Borrell, a la sazón celebrado secretario de Estado de Hacienda. José Borrell anunció un plan que consistía en "batidas intensas de la actividad económica, peinados a conciencia del tejido empresarial", para aflorar el fraude, para que nada escapase a la maquina de la  Hacienda Pública. Ahora, con un déficit desbocado, Carlos Ocaña y Luis Pedroche, los probos gestores de los ingresos públicos, quieren hacer un programa antifraude al detalle, mirando en las alcantarillas mismas de la economía, donde, por supuesto, hay fraude y zonas negras, para que ni la extendida red de los todo a cien de los chinos escape al ojo de Hacienda. De los sioux de Borrell (ahora le cuento porqué se llamaba así), se ha pasado a los chinos de Ocaña.

Cuando José Borrell llegó a la secretaría de Estado de Hacienda el aparato fiscalizador era prácticamente nulo. El Impuesto sobre la Renta acababa de crearlo a finales de los setenta Fernández Ordóñez (Francisco), y el único impuesto al consumo era el que se aplicaba sobre la actividad empresarial (ITE); pero la conciencia fiscal si que era una quimera intelectual que sólo existía en la mente de los administradores públicos, que miraban con envidia a las economías europeas. Había, por tanto, que crearla para poder gestionar los impuestos con algún rigor. Y el secretario de Estado de Hacienda pensó que un buen plan de lucha contra el fraude en un momento en el que había más elusión fiscal que cumplimiento, era lo mejor que podía hacerse.

José Borrell salía en la única Televisión que existía, y con un verbo divino que embelesaba, decía para qué quería el dinero que pedía como administrador de los impuestos, y advertía que Hacienda iba a hacer batidas a la actividad, barridos a todo el tejido empresarial, para aflorar las actitudes negligentes en materia fiscal. El comentario cayó como una bomba en los círculos empresariales, y el presidente de la CEOE, José María Cuevas, que acababa de estrenar el cargo, arremetió contra un plan que a él le recordaba los peinados del terreno que hacían los indios sioux para encontrar a los rostros pálidos emboscados, y cortar sus decadentes cabelleras. Y así quedó aquel plan antifraude como el plan de los sioux, posteriormente barrido periodísticamente por el caso de Lola Flores, que fue pillada en falta y utilizada políticamente como chivo expiatorio por el azote de Hacienda.

Dieciséis años después, con un aparataje fiscal que funciona casi como un reloj, con unos recursos fiscalizadores poderosísimos, pero con unas necesidades de recursos como nunca, hemos pasado del plan de los siuox al de los chinos. Hacienda piensa bajar ahora hasta las alcantarillas de la economía en busca de toda actividad al margen, aunque sólo sea parcialmente, de las obligaciones tributarias. Es un plan al detalle de lucha contra la elusión fiscal, así como contra el trabajo irregular y el fraude en las cotizaciones. Además, perseguirá a los colectivos de autónomos y falsos autónomos que utilizan los impuestos como margen propio, muchas veces para sobrevivir, y que se han agarrado a tales fórmulas jurídicas de actividad económica obligados por las empresas para las que prestan sus servicios.

Las actividades que tributan por módulos, donde existe una gran capacidad de ocultación, están también en las oraciones de Ocaña y Pedroche, así como las actividades de los profesionales que facturan una por cada diez que venden, y que luego activan las nueve restantes como si de dinero negro se tratase para cebar artificiosamente los precios de los activos financieros e inmobiliarios.

Suerte, porque Borrell no encontró gran cosa con la táctica de los pieles rojas. Claro que Borrell no era Caballo Loco.

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