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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El sano ejercicio de ceder para pactar

La economía española no ha culminado su ajuste productivo y laboral, no se ha estabilizado, a juzgar por los últimos datos conocidos de evolución de la actividad, y seguramente prolongará el proceso unos cuantos trimestres más. El tamaño desconocido de los excesos cometidos en los años alcistas tiene necesariamente que ser purgado en un periodo más largo de lo normal y en unas proporciones coherentes con él. Si en diez años el apalancamiento financiero de los agentes económicos ha pasado de ser similar al PIB a cuadruplicarlo, y se ha concentrado enfermizamente en una actividad con recorrido tan limitado como la inmobiliaria, es lógico pensar que desprenderse de tan pesada losa no se producirá en el corto plazo. De hecho, ni las más optimistas de las previsiones económicas, ni siquiera las voluntaristas del Gobierno, estiman crecimientos económicos alegres en éste ni los dos próximos años, como consecuencia del efecto paralizante que sobre el crecimiento potencial de la demanda privada tiene un endeudamiento tan exagerado. Con tal escenario, la recuperación del empleo está muy complicada, teniendo en cuenta que España ha perdido trechos notables de competitividad con el resto de las economías, y es una quimera incalculable hoy en qué momento recuperará los niveles de riqueza colectiva previos a la crisis.

Dado que el modelo de actividad explotado en España era muy intensivo en empleo, la recesión es intensiva en desempleo, y las cifras alcanzadas ni cuantitativa ni cualitativamente son soportables por mucho tiempo para la sociedad española. De ahí el deseo públicamente manifestado por la ciudadanía de soluciones de política económica que pongan rumbo a la recuperación cuanto antes y que tengan un rápido efecto sobre la ocupación.

El Gobierno, que mantuvo durante años la política económica que heredó porque daba excelsos resultados en empleo, se ha encontrado sin alternativa con la llegada de la crisis. Aferrado a una defensa ideológicamente manoseada y financieramente insostenible de una política social de derechos crecientes, con una alianza explícita con los sindicatos, el Ejecutivo liderado por Zapatero se ha quedado sin argumentos para recomponer las bases del crecimiento. Y sólo ha admitido abrir el debate de las reformas de calado cuando los mercados financieros le han dado un severo toque de atención sobre la sostenibilidad de una aventura de gasto público fuera de lugar en un territorio monetario compartido, como es la zona euro, especialmente para una economía que precisa del ahorro externo para financiarse, como los mortales del oxígeno para respirar.

Llegado este punto, y quizás con un cálculo electoral poco disimulado, ha puesto en marcha la necesidad de un gran pacto político que rescate a la economía del túnel en el que sigue atrapada. Y el principal partido de la oposición, con un cálculo electoral igualmente indisimulado, quiere hacer de la diferencia económica la munición de ataque para lo que resta de legislatura. Con estas voluntades, es difícil imaginar que el proceso de diálogo abierto, y del que la sociedad espera soluciones, alumbre un acuerdo lo suficientemente sólido como para aferrarse a él.

Hay materiales suficientes para el acuerdo. El Gobierno ha presentado un catálogo de medidas que, aunque aisladas y de poca profundidad, encuentran el respaldo de la oposición, puesto que pueden contribuir a eliminar algunos quebraderos de cabeza que, en financiación, sufren las empresas y los autónomos. Pero el documento elaborado por el Partido Popular, más ambicioso y mejor articulado como una alternativa de política económica, puede servir de complemento perfecto para cuadrar un consenso sobre cuestiones muy básicas, pero vitales para la regeneración de la economía.

La negociación debe excluir apriorismos, trágalas y líneas rojas, muy comunes en el lenguaje de quien no quiere ceder ni un milímetro de sus posiciones y rechaza las contrarias porque no las ha propuesto él. No hay verdadera negociación ni acuerdo sin cesiones de todas las partes para encontrar el terreno común en el justo medio de las propuestas. La economía no está para jugar a los dados con ella: precisa soluciones urgentes y diferentes a las ensayadas hasta ahora, y, a ser posible, con el máximo respaldo político.

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