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Del patrón oro al patrón euro

Mal vamos si se generalizan argumentos como el planteado por el principal partido griego en la oposición. Margaritis Tzimas denunció, según Reuters, que Alemania no tiene derecho a supervisar las cuentas griegas si aún no ha pagado las reparaciones derivadas de la Segunda Guerra Mundial. Dejando aparte el hecho de que Alemania pagó 115 millones de marcos en los años 60, parece una mala forma de enfocar las cosas. Hay, en el propio baúl de la historia, argumentos más convincentes.

Tzimas, por ejemplo, podría recordar cómo se observan ahora las políticas monetarias restrictivas que ahondaron la Gran Depresión durante los primeros años. Ben Bernanke, en uno de sus papers más famosos, explicaba en 1990 cómo los países que se aferraron a la presunta disciplina del patrón oro -EE UU, pero aún más Holanda, Francia o Polonia- agravaron la crisis; el patrón oro suponía una restricción monetaria adicional en unas economías que ya sufrían deflación.

Si la Europa del Sur reduce a cero sus déficit fiscales y equilibra sus cuentas exteriores, supondrá un desastre no sólo para estas economías, sino también para la propia Alemania, cuyo superávit comercial -6,4% del PIB- se basa en el déficit de sus socios, pues el saldo neto de la eurozona es prácticamente neutro. Y cuyos bancos y planes de pensiones han sido ávidos compradores de papel -bonos, cédulas hipotecarias- de España, Portugal, Grecia o Italia. Sería algo así como corregir en un año el déficit comercial de EE UU con China; un juego en el que la búsqueda del equilibrio conduce al desequilibrio.

La partida de póquer continúa, y las cartas siguen sin descubrirse. Al mundo no le conviene ninguno de los dos escenarios extremos: ni el deterioro de los mercados hasta el punto de que Grecia tenga problemas para refinanciar de deuda ni un proceso de ajuste excesivo que ahonde en la deflación en un momento de sequía de crédito.

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