La economía española afronta más sombras que luces
Las variables laborales empañan la pujanza empresarial y financiera
Lo acaban de confirmar el Financial Times y las principales agencias de calificación: a efectos económicos, España no es Grecia. Una vez disipadas las dudas que esas mismas entidades contribuyeron a sembrar, es un buen momento para tratar de analizar dónde está la economía española después de ser vapuleada por casi dos años de recesión.
No hay que dar muchas vueltas para situar en el mercado laboral las principales debilidades. Al margen de sus dolorosas derivadas sociales, una tasa de paro que roza el 20% supone una traba para el crecimiento futuro en forma de debilidad del consumo, una variable que representa dos tercios de la actividad. Además, ataca directamente al corazón de las cuentas públicas, en forma de caída de recaudación e incremento del gasto por desempleo.
La única parte buena del ámbito laboral, que muchas veces se pasa por alto, es el fuerte incremento de la población activa registrado durante el ciclo expansivo. Tanto, que incluso contando la sangría de la crisis, el número de puestos de trabajo aún supera en casi siete millones al de 1994. La masiva inmigración explica en buena medida ese avance, y apoya un relativo rejuvenecimiento de la población. De hecho, la tasa de dependencia (número de mayores de 65 años por cada persona en edad de trabajar) es sensiblemente inferior a la media europea, lo que ofrece un mayor margen de maniobra al Estado del Bienestar.
El mercado laboral español adolece por lo demás de una temporalidad que hasta hace poco afectaba a uno de cada tres empleos, y sólo a raíz del brusco ajuste de actividad ha comenzado a disminuir. En buena medida, esos empleos temporales destruidos estaban asociados a la construcción. Contrarrestar la excesiva dependencia de dicho sector es uno de los objetivos de la ley de Economía Sostenible, la teórica gran apuesta reformista del Gobierno. Eso sí: el secretario de Estado para la Unión Europea, Diego López Garrido, condiciona el éxito de dicha ley a que se integre "en un proyecto económico de toda la UE.
En cualquier caso, el peso de la vivienda sobre el PIB ha empezado a caer desde hace dos años, al compás de la paralización de las obras iniciadas. Este último es un patrón habitual en el estudio de las fortalezas y debilidades de la economía española: unas y otras se agudizaron en los casi tres lustros de efervescencia del anterior periodo expansivo, para moderarse, aunque en su mayor parte no lo suficiente como para cambiar de signo, a partir de 2008. Así, la dependencia de la construcción, la temporalidad o el déficit corriente son hoy menos intensos.
Más acusado es el cambio en el diferencial de inflación frente a la zona euro, que llegó a sumar cerca de un punto anual desde 1999. El año pasado, el IPC español fue inferior al de la Unión Monetaria, fruto de la depresión de la demanda interna y la caída de los precios energéticos. Todo indica, empero, que la variable volverá a su tendencia una vez superada la crisis.
Una derivada negativa de la inestabilidad de los precios es el aumento de los costes laborales, puesto que los salarios deben crecer en forma paralela para mantener el poder adquisitivo. Esa tónica ha llevado a una pérdida de competitividad sostenida, tanto respecto a los socios de la zona euro como frente al resto de las economías avanzadas. Es una parte del proceso de convergencia, pero dificulta la venta de productos españoles tanto fuera como dentro de nuestras fronteras.
Cuentas positivas y negativas
A pesar de lo que los ataques de los mercados en los últimos días pudieran sugerir, lo cierto es que el endeudamiento de las administraciones públicas españolas (un 55% del PIB, a cierre de año) se mantiene casi 20 punto por debajo de la media comunitaria, gracias a las amortizaciones logradas en tiempos de bonanza. El lastre de las cuentas está centrado en la variable flujo: un déficit público que supera el 11%. Las dudas de los mercados han incidido en las dificultades que tendrá el Gobierno para recortar ese desequilibrio con una tasa de paro cercana al 20%. Un objetivo difícil, pero no imposible. Según el último informe macroeconómico del servicio de estudios del BBVA, es "totalmente factible" reducir el déficit a niveles cercanos al 3%, "si todas las Administraciones públicas adoptan el firme compromiso de llevar a cabo con determinación un estricto control del gasto público".
Aunque la embolia del crédito ha contribuido a agravar la recesión española, lo cierto es que el sistema financiero del país ha salido relativamente bien parado de la crisis. Frente a las masivas nacionalizaciones y rescates operados en Alemania, Reino Unido o incluso Estados Unidos, el Banco de España únicamente ha tenido que intervenir, hasta ahora, una pequeña entidad de influencia regional como Caja Castilla-La Mancha. Queda pendiente, en todo caso, el impacto que los cientos de miles de millones de euros prestados a las constructoras y promotoras en tiempos del boom puedan tener sobre los balances de las entidades financieras, una amenaza que el Gobierno quiere limitar con el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria.
Otra de las consecuencias positivas de la crisis es la moderación de un grave desequilibrio macroeconómico: el déficit corriente. La necesidad de financiación exterior por parte de la economía española llegó a superar el 10% del PIB, y hoy se sitúa en la mitad de ese nivel. En parte, ello se debe al cambio del comportamiento de los hogares. A la vista de las amenazas del mercado laboral, las familias buscan desapalancarse, llevando la tasa de ahorro a máximos históricos cercanos al 20% de la renta disponible. El yin y el yan vuelven a presentarse: la virtud del ahorro puede llegar a ser un peligro para la recuperación al paralizar el consumo.
Excesos de la construcción e industria poco competitiva, los lastres sectoriales
El sector del ladrillo, protagonista indiscutible del milagro económico español (la tasa de paro y la renta per cápita llegaron a converger con la media europea), ha sido también el mayor lastre de los dos últimos años.Un informe de Funcas destaca "el impacto para los asalariados poco cualificados que encontraron empleo en un sector sobredimensionado, pues retornar a él se presenta como muy improbable". El estallido de la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera internacional han supuesto un cóctel molotov para el sector, con sangrantes repercusiones para el mercado laboral. El ajuste sigue en marcha, y llevará con el tiempo al sector a ponderaciones más típicas de la UE.Pero la ruptura de la burbuja inmobiliaria no es el único factor explicativo de la debacle del empleo. La crisis ha sacado a la luz graves deficiencias competitivas de la industria española, carente del músculo para afrontar la crisis financiera. El resultado es conocido: el PIB alemán ha caído más que el español desde 2008, pero en aquel país el paro apenas ha crecido, mientras que en España se ha duplicado de largo.Con la vista en el largo plazo, el turismo sigue siendo una fortaleza. Eso sí: el sector deberá abundar en su renovación para no tener que competir en coste con nuevos destinos como Croacia.
La empresa española, en el grupo de cabeza de la cuarta revolución industrial
l margen de los fundamentos estrictamente macroeconómicos, España cuenta con una fortaleza indudable de cara a las próximas décadas: un nutrido grupo de empresas con creciente presencia internacional. Las firmas españolas aparecen cada vez en lugares más altos de las clasificaciones globales en sectores como las infraestructuras, las telecomunicaciones, las finanzas o la energía.La primera fase de la nueva conquista comenzó a finales de la década de los años 90, al compás de la política de privatización de las empresas públicas. El destino casi unívoco por entonces fue América Latina, que se ha confirmado como una de las regionesemergentes y ha resistido con cierta solvencia los embates de la crisis financiera global. El paso siguiente, ya en la primera década del siglo, fue el desembarco en territorios que parecían prohibidos por su grado de desarrollo. Sin embargo, hoy en día no sorprende saber que empresas españolas compren aeropuertos británicos, que construyan autopistas en Estados Unidos, o que tomen posiciones en los mercados financieros de Europa o Norteamérica.La tendencia podría incluso consolidarse a raíz de la crisis, y en el trasfondo aparece una constatación esperanzadora: por primera vez en la Historia, España aparece en el grupo de cabeza de una revolución industrial. En este caso, la que supone el paso de la economía del carbono a la de las energías renovables. Firmas como Acciona o Iberdrola se codean con las mejores del planeta en un mercado que crecerá exponencialmente en las próximas décadas. El tejido empresarial debe contarse como una de las fortalezas.
EMPLEO. El foco de las dificultades
-Tasa de paro. Duplica la media europea y amenaza la sostenibilidad de las cuentas públicas.-Temporalidad. Ha llegado a suponer uno de cada tres empleos, asociados en su mayoría al sector de la construcción.-Costes laborales. La persistencia de inflaciones altas ha llevado a subidas de salarios y deterioros competitivos.