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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Barroso ya no puede perder más tiempo

La nueva Comisión Europea asumirá hoy sus funciones, 102 días después de que el pasado 31 de octubre expirara el mandato de la anterior. Un cúmulo de tropiezos (imprevisibles), abusos (imperdonables) y exceso de celo (incomprensible) han obligado al organismo comunitario que preside José Manuel Durão Barroso a funcionar al ralentí en un periodo crítico a nivel interno y global. Durante los tres meses que la CE ha vivido sin plenos poderes, la zona euro ha soportado (y soporta) una de las mayores tormentas financieras desde su nacimiento (originada en Grecia pero con creciente riesgo de contagio al resto de socios); Europa se ha dejado arrebatar por la Administración Obama el protagonismo en la reforma mundial de los mercados financieros, y los representantes de la UE se convirtieron en convidados de piedra durante la frustrada cumbre de Copenhague sobre el cambio climático.

Mientras el mundo giraba a tantas revoluciones, la investidura de la nueva Comisión sumaba retraso tras retraso. Primero por el tropiezo del Tratado de Lisboa en Irlanda; después por el chantaje del presidente checo, el antieuropeísta Vaclav Klaus, para firmar ese tratado, y por último, por el repentino interés del Parlamento Europeo por el pasado empresarial de la comisaria propuesta por Bulgaria, que hasta hace unos meses se sentaba tranquilamente... en el Parlamento Europeo.

Ayer, finalmente, la Eurocámara aprobó el nuevo equipo de Barroso, por 488 votos a favor, 139 en contra y 72 abstenciones. Una mayoría (con la suma de populares, socialistas y liberales) mucho más amplia que la lograda por el portugués a título personal en la votación del pasado mes de septiembre (382 votos a favor). Barroso y su equipo, en el que Joaquín Almunia ocupa un lugar prominente (Competencia), debe aprovechar ese amplísimo respaldo parlamentario para acometer sin más dilación una agenda de reformas económicas que permita a Europa recuperar la confianza de sus ciudadanos y salir fortalecida de la crisis.

Su primera tarea es la de preparar una respuesta contundente a las dudas del mercado sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas de la zona euro. La aplicación del Pacto de Estabilidad, acompañada de las medidas de solidaridad necesarias si fuera necesario, debe inspirar esa respuesta.

A medio plazo, la CE debe aprovechar la revisión de la fallida Agenda de Lisboa para constituir un verdadero gobierno económico de la zona euro, con una estrecha vigilancia sobre el ritmo de las reformas acometidas por cada país. Ese nuevo pacto, complemento al de estabilidad, debería cerrarse en junio, coincidiendo con el final de la presidencia española de la UE. Si se aplica con rigor, ciudadanos e inversores volverán a confiar en Bruselas.

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