Reforma laboral susurrada
Muchos lectores conocerán el chiste del hortelano que, cansado de que los frutos de sus árboles desaparecieran durante la noche, se apostó al pié de uno de los más cercanos a la finca colindante, y cuando oyó que alguien trepaba por el mismo con intención de saltar al otro lado, se abalanzó para agarrarlo. En su intento, consiguió prender al intruso por sus partes nobles y mientras forcejeaba para que no se escapara, le preguntaba a voz en grito quién era. Extrañado por la falta de respuesta y por la ausencia de cualquier expresión de dolor, forzó el apretón y amenazó con seguir apretando si no obtenía respuesta. Al cabo, pudo descifrar un susurro entrecortado que provenía del amenazado y que decía: sssoy el mu-do
La historieta refleja lo sucedido con la reforma laboral del Gobierno. Acuciado por los analistas económicos, por la prensa internacional, por los organismos reguladores, ha soportado los ataques y el dolor porque no podía decir nada. En este caso, no por su mudez sino por la mordaza sindical que le impedía hablar. Cuando la presión ha sido excesiva, lo más que ha conseguido es apartar levemente dicha mordaza e identificarse a través de unas medidas que son un susurro y no un grito contundente y claro.
El Gobierno no ha dado a luz una reforma, sino un documento de ideas y propuestas, a debatir entre y con los agentes sociales. No creo que sea lo que los mercados esperaban ni lo que nuestra economía y nuestra situación social necesitan. Primero, por el método. Pensar a estas alturas que del diálogo social puede salir algo significativo son ganas de hacerse trampas en el solitario. El diálogo social ha perdido su oportunidad y es hora de gobernar y no de enredarnos de nuevo en propuestas y contrapropuestas, en líneas rojas y en malos remedos de Mister No.
Aparte de que el problema que tenemos en estos momentos es el del desempleo, que es un problema social, pero también económico, porque sin una recuperación del empleo no habrá posibilidad de verdaderos avances hacia el equilibrio de las cuentas públicas. Y si algo ha quedado claro es que los sindicatos ni representan a los desempleados ni han asumido su defensa más allá de la pura retórica, por lo que es el Gobierno quien tiene que adoptar las decisiones necesarias al respecto.
Y segundo, por el contenido. Aviso a navegantes: "no entra en las intenciones del Gobierno poner en cuestión la regulación actualmente vigente" del contrato indefinido. ¿Qué reforma va a haber entonces? Generalizar las posibilidades de contratación indefinida con indemnización reducida (treinta y tres días de salario por año de servicio, con el tope de veinticuatro mensualidades, en vez de cuarenta y cinco días y cuarenta y dos meses) en los despidos por circunstancias objetivas considerados improcedentes, no va a cambiar sustancialmente el panorama de la contratación laboral.
Promover la inserción laboral de los jóvenes, ignorando el problema de fondo que es el de la falta de cualificación, y por tanto de productividad, derivada del fracaso escolar y de la lamentable situación de la educación, y volver a insistir en las políticas de subvenciones e incentivos, es volver a tropezar, por enésima vez, con la misma piedra.
El empleo no se crea con incentivos, sino generando las condiciones para que se cree. Y esas condiciones exigen unas nuevas reglas de contratación y de despido, una revisión de los actuales controles administrativos y judiciales de las decisiones empresariales y un marco normativo para la gestión de las relaciones laborales en la empresa mucho más flexible y adaptable sin costos económicos añadidos.
Por último, confiar en la negociación colectiva para introducir la necesaria flexibilidad, sin cambiar su regulación legal, el anticuado modelo corporativo que seguimos padeciendo, y en particular el carácter normativo atribuido al convenio colectivo y su famosa ultraactividad, es pedir peras al olmo.
El conflicto de los controladores, cuyo nudo gordiano ha resuelto el Gobierno a la manera del gran Alejandro, debería haber servido para comprobar que desde la propia negociación colectiva es muy difícil alumbrar una nueva situación y adaptarse a las exigencias del entorno.
Federico Durán. Catedrático de Derecho del Trabajo y socio de Garrigues