El imperio nipón en España
Cuando empezó la crisis de los créditos subprime se nos acusó de pesimistas a quienes opinábamos que en nuestro país teníamos un problema muy serio. En aquel momento sonaban frívolas afirmaciones, como la que personalmente he mantenido, de que la única diferencia entre las subprime y muchos créditos hipotecarios españoles estaba sólo en el nombre, ya que aquí deberían llamarse "por sevillanas".
El razonamiento políticamente correcto era que las entidades financieras españolas no tenían activos tóxicos, ya que detrás de sus créditos hipotecarios lo que había era activos reales y no un "papelito". Pues, señores, ahí está precisamente el problema.
Cuando se descubre que una titulización hipotecaria sui géneris es sólo un papel que vale la mitad de lo que se dice que vale, el efecto es demoledor. Pero es puntual. Se provisiona la minusvalía, caen las acciones del banco, ponen dinero los contribuyentes y a partir de ahí se construye de nuevo la entidad financiera. No es ético -yo estoy con Obama en estos temas- y es muy doloroso, pero es un proceso relativamente rápido.
Lo de los bancos y cajas españoles es diferente y puede convertirse en un problema estructural. Tan estructural como los pisos que van a tener en balance durante años porque no va a haber quien los venda. Efectivamente, no tienen "papelitos", tienen promociones enteras -¿también exageraba cuando decía que había muchos Astroc que no cotizaban en Bolsa?-. Dicen que tienen un activo "de verdad". Perdonen: lo que de verdad tienen, tenemos, es un problema.
Yo no creo que la economía global acabe en un proceso a la japonesa, entre otras cosas porque el sistema financiero ha sufrido un proceso de ajuste duro, rápido y quirúrgico. Pero no diría lo mismo de la economía española, convertida en una inmensa inmobiliaria donde los problemas se ocultan a base de fusiones pagadas con dinero del contribuyente y valoraciones fuera de mercado, y cuyo resultado es un sistema financiero que no puede funcionar correctamente porque está agobiado con el peso de una mochila llena de ladrillos.
Víctor Alvargonzález. Director general de Profim