El déficit justifica reducir el gasto público
El conjunto de las Administraciones públicas españolas cerró el pasado año con un déficit del 11,4% del PIB, superando así las peores previsiones, que vaticinaban terminar en el entorno del 10%. Semejante desequilibrio, que desborda con creces los límites admisibles, es un aldabonazo para el Gobierno, que debe esperar el correspondiente tirón de orejas por parte de la oposición, de las autoridades comunitarias y, más especialmente, de algunos de los socios en el euro. Una mala tarjeta de visita para el presidente de turno de la UE. Se comprende así que se haya anticipado al previsible ataque y el mismo viernes -cuando se publicitó el dato del déficit- el Consejo de Ministros aprobase el plan de austeridad del gasto público.
El objetivo es un recorte equivalente al 5,7% del PIB (unos 57.000 millones) en los próximos cuatro años, cuyo peso recaerá principalmente en el Estado, un 5,2% del PIB, aunque las comunidades autónomas y las corporaciones locales tendrán que contribuir con el resto. En euros, el Ejecutivo central deberá prescindir de otros 5.000 millones de euros este año, que se sumarán a los 8.000 millones que ya se contemplan en los Presupuestos Generales. Y entre 2011 y 2013 otros 26.000 millones. El Gobierno ha acertado en su decisión de profundizar en la austeridad, y más si sostiene el mensaje de que será estricto en el control de todos los ministerios. Igualmente acierta con la sensación de urgencia que transmitió el viernes.
Sin embargo, la premura vuelve a confundirse con la precipitación e, incluso, con la improvisación. Una vez más, se desconocen los detalles (no se han explicitado ni las partidas ni los ministerios afectados) y se dejan muchos flancos abiertos a la negociación con comunidades autónomas y corporaciones locales.
Y no es algo baladí, pues a pesar de que el Gobierno insiste en que asumirá el mayor esfuerzo, lo cierto es que lo compartirá claramente con las otras Administraciones: de los 26.000 millones de diminución del gasto en los próximos tres años, 16.000 millones saldrán de las transferencias que reciben ayuntamientos, Gobiernos autónomos y organismos públicos. Por tanto, las negociaciones se presentan duras, lo que en ningún caso debe implicar que se renuncie a las ambiciosas aspiraciones del plan. Está en juego la estabilidad financiera del Estado, pero también la credibilidad del Ejecutivo y de la propia economía española, ya de por sí castigadas como se ha puesto de manifiesto en el Foro Económico de Davos, cerrado ayer.
A tal punto ha llegado ese descrédito, que el presidente José Luis Rodríguez Zapatero tuvo que decir el jueves en el encuentro económico y político más selecto del mundo, que "España es un país serio y ha dado pruebas de ello". Semejante aseveración deja patente que el Gobierno es consciente de la falta de confianza de los mercados en su capacidad para enderezar la economía nacional, algo que encarece el coste de la deuda soberana española. El efecto griego, cuyo Ejecutivo se vio obligado a reconocer que había hecho trampas en sus cuentas, puede arrastrar a otros miembros del euro como Portugal o Irlanda, pero también a España.
Las declaraciones de Rodríguez Zapatero en la ciudad suiza son el inicio de una estrategia del Gobierno para contrarrestar esta mala imagen exterior, por otra parte desproporcionada e injusta. No se puede culpar a los Gobiernos españoles de las malas prácticas de otros países. Una imagen que se alimenta en cierta prensa financiera internacional y en las opiniones de algunos celebérrimos expertos, como el gurú de la crisis, Nouriel Roubini, que alertó de la amenaza que supone España a la zona euro -lanzada en Davos el día anterior a la participación de Zapatero-. El Gobierno está obligado a demostrar que sus detractores se equivocan, para lo cual es imprescindible que lo haga con algo más que palabras.
La aprobación el viernes del plan de austeridad va por el buen camino, como también la decisión de subir la edad de jubilación a 67 años. Son dos sacrificios que la sociedad española tendrá que asumir para afrontar el futuro con más tranquilidad.