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Presidencia española de la UE

Ante el desafío de un tiempo de cambios

Europa está en mutación. Y España es la encargada de que el club salga reforzado de la profunda transformación que vivirá durante este semestre.

Ante el desafío de un tiempo de cambios
Ante el desafío de un tiempo de cambios

La Unión Europea, como los astros en el espacio, parece una constelación inmutable. Su sentido del tiempo tiene poco que ver con el frenético ritmo del planeta Tierra en el siglo XXI y sus movimientos sólo se aprecian cuando ya se han completado. Así ocurrió con la creación del euro o del mercado interior. Pero la mutación del día a día pasa desapercibida para el observador acostumbrado a las decisiones tajantes y los efectos inmediatos de otras estructuras más ágiles.

A España, el bombo de las presidencias semestrales del club le ha deparado el gordo de tener que tutelar una de esas transformaciones, no por lentas, menos radicales; no por previstas, menos exentas de riesgos. El semestre español no sólo coincide con el estreno de las nuevas estructuras institucionales de la UE, sino que también debe sentar las bases de la estrategia macroeconómica del club para los próximos 10 años; renovar el marco de supervisión financiera para paliar las carencias reveladas por la tremenda crisis de 2008, y desarrollar los elementos más novedosos del Tratado de Lisboa. Así que no sorprende el lema elegido por el Gobierno para esta cuarta presidencia española de la UE: Innovando Europa.

El próximo 11 de febrero, esa presidencia alcanzará su velocidad de crucero coincidiendo con uno de los primeros cambios tangibles de la nueva Europa, que no pasará desapercibido ni siquiera para los terrícolas más acelerados.

Se trata de la primera cumbre europea del nuevo formato. Y si los planes se cumplen, ni la agenda ni el listado de asistentes se parecerán en nada a las citas anteriores. Ni siquiera el escenario será el mismo.

Sin papeles. Sin textos precocinados hasta la insipidez por los diplomáticos comunitarios. Sin apoyo de grandes delegaciones que acotan las intervenciones. Así se reunirán los 27 primeros ministros a partir de ahora si el primer presidente estable del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, mantiene sus propósitos. Y para la cumbre de febrero, incluso cambiarán la horrísona sede del Consejo Europeo por la biblioteca Solvay de Bruselas, un ámbito mucho más íntimo y propicio para la reflexión.

La cita permitirá el primer debate "totalmente abierto", según fuentes comunitarias, sobre la nueva estrategia económica de la UE para el periodo 2010-2020. Van Rompuy planteará los temas de gobernanza del nuevo plan y el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, los posibles objetivos concretos, que girarán en torno a formación, investigación y desarrollo y renovación de las estructuras económicas y de protección social de la UE.

Ese pacto, que se espera cerrar en junio, marcará sin duda uno de los hitos por los que será juzgado el semestre español, sobre todo, porque llega tras una profunda recesión económica en todo el planeta y se interpretará como índice para medir la ambición que mantiene Europa para el futuro.

Dentro y fuera de las fronteras del continente también se observará con atención la reforma del sistema de supervisión financiera, encauzada por la anterior presidencia, Suecia, pero que corresponderá a España la difícil tarea de concluirla. Los cuatro principales grupos políticos del Parlamento Europeo (populares, socialistas, liberales y verdes) ya han mostrado su disgusto con la falta de ambición, según ellos, de la reforma planteada. La vicepresidenta del Gobierno y ministra de Economía, Elena Salgado, que deberá tutelar las complicadas negociaciones con la Eurocámara, señaló el pasado martes que su prioridad será que las nuevas autoridades (de banca, seguros y mercados bursátiles) "estén en funcionamiento lo antes posible", por lo que se mostró dispuesta a explotar todo el margen de maniobra posible para alcanzar antes de junio un acuerdo.

El tiempo también apremia para otro de los grandes objetivos de la presidencia española: la puesta en marcha de un Servicio Europeo de Acción Exterior que, según el calendario pactado, debería estar listo antes de finales del mes de abril. En ese terreno, España deberá impulsar las propuestas de la Alta Representante de Política Exterior, Catherine Ashton.

El de Ashton, como el de Van Rompuy, son cargos nuevos creados por el Tratado de Lisboa que se estrenan con el mandato español. El Gobierno ha asegurado que les dará todo su apoyo, aunque las miradas están puestas en las posibles rencillas protocolarias o de protagonismo que pueden surgir entre dos presidencias (la del Consejo y la de la UE) que conviven por primera vez.

Zapatero, socialista, y Van Rompuy, conservador, vienen además de familias políticas distintas. Pero el presidente español insiste en que en la escena comunitaria no importan tanto las diferencias ideológicas como el compromiso con el proyecto de integración europea. Y ahí, qué duda cabe, el belga y el español pueden encontrar su denominador común.

Pero la mutua lealtad que puedan profesarse las dos presidencias no garantiza el éxito de una cuarta presidencia española que ha arrancado con un grave contratiempo institucional: el tremendo retraso en la investidura de la nueva Comisión Europea, que no se espera hasta el 9 de febrero.

Eso deja a España con menos de cinco meses a pleno rendimiento para completar su "ambiciosa" agenda. Un plazo muy breve para los tiempos siderales con que suele moverse habitualmente la Unión Europea.

Zapatero: "Lo que Europa hace unida, funciona"

Nadie sabe a ciencia cierta el resultado de las metamorfosis que impone o permite a la UE el nuevo Tratado de Lisboa. Pero el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se ha propuesto canalizar esos cambios durante su mandato europeo para que redunden en beneficio de los ciudadanos europeos y evitar que deriven hacia modelos políticos, económicos o institucionales no deseados.España espera orientar al club hacia una agenda "sostenible" desde el punto de vista económico, social y medioambiental. Para lograrlo, Zapatero defiende una coordinación económica más estrecha que garantice la coherencia de las políticas de los 27 socios. El presidente negó ante el Parlamento Europeo que sus propuestas conlleven ningún intervencionismo económico, "porque unir no es dirigir, y lo que es negativo es dejar 27 pequeños controles". Y Zapatero insistió en que "lo que hemos hecho unidos, ha funcionado, como el euro, el Pacto de Estabilidad o el mercado único".

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