Pasos claros sobre Grecia en defensa del euro
El nerviosismo sigue patente en los mercados de deuda por la incertidumbre que siembra el futuro financiero de Grecia. El diferencial entre el bono griego a 10 años y el alemán llegó a ayer a los 302 puntos básicos, máximo histórico desde que Atenas ingresó en el euro. Sin embargo, las declaraciones del ministro heleno de Finanzas, George Papaconstantinou, negando que haya pedido ayuda a la UE para sanear sus cuentas (con un déficit reconocido del 12,7%) y aseverando que Grecia no necesita ayuda externa, bastaron para reducirlo.
Simplemente vivimos en una ceremonia de la confusión que sólo beneficia a los inversores dispuestos a asumir el riesgo de comprar deuda griega a cambio de una mejor rentabilidad. Su apuesta radica en que Bruselas no permitirá que un país con moneda única entre en default. Pero son muchos los que pierden con semejante incertidumbre. Primero, el fisco griego, que desembolsará más para financiar su gasto público; pero también el conjunto de la zona euro cuya moneda pierde valor y credibilidad y, especialmente, los Estados que sufren un encarecimiento de sus emisiones ante el temor de un posible contagio. Entre ellos Portugal, Italia o España, cuyas primas de riesgo crecen. Y aquí, la Unión Europea no puede seguir de brazos cruzados.
El euro tiene una relativamente corta experiencia y aún hay muchas situaciones que no ha afrontado, entre ellas las dudas serias sobre la sostenibilidad de las finanzas de uno de sus miembros. Son comprensibles las dudas sobre cómo abordarlo en unas instituciones donde el poder de decisión está diluido, y donde es práctica común que los poderes políticos cuestionen los llamamientos, e incluso las decisiones, de la autoridad monetaria, el Banco Central Europeo. Pero los mercados abren cada día, y como toman decisiones cada día en un escenario en el que bullen ingentes cantidades de dinero, exigen una decisión explícita que cómo se resolverá el caso griego.
La credibilidad de Atenas ha desaparecido tras trampear sus estadísticas reiteradas veces, práctica imperdonable en una asociación que se rige por los principios de lealtad y confianza como es la Unión Monetaria. Por eso, Bruselas tiene que demostrar a los mercados que puede imponer a Atenas un plan convincente de recorte radical del gasto, además de exigir que serán los contribuyentes griegos y su Ejecutivo quienes soportarán el sacrificio. Esto debería ser suficiente para alejar las dudas sobre la capacidad real de Grecia de cubrir sus compromisos. La demanda de financiación en los mercados será creciente este año por parte de los Estados, y la discriminación ha llegado ya. Pero las autoridades de la UE deben dejar cristalinamente claro que todos sus socios disciplinan las cuentas, refuerzan la reputación del euro y no echan en espalda ajena un sobrecoste financiero en tiempos de crédito escaso.