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Tribuna
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¿Oportunidad perdida?

Ayer se cumplió un año de la inauguración de Barack Obama como presidente de EE UU. Muchos estadounidenses se sienten defraudados por sus políticas y ya le consideran un fracaso. Los republicanos, casi unánimemente, le consideran un liberal al que le gusta subir impuestos y aumentar desaforadamente el gasto público, y muchos demócratas le acusan de someterse a los intereses de las empresas y bancos, y le critican por su política exterior continuista que no ha roto claramente con las políticas de Bush. Incluso los independientes se sienten defraudados porque no ha sido capaz de cumplir con su compromiso de reducir la polarización política que existe y de unificar al país.

Hay que recordar sin embargo el legado tan difícil que recibió Obama al asumir el poder. Hace un año Estados Unidos se encontraba al borde del precipicio, en medio de la crisis económica más feroz que ha vivido el mundo desde la Gran Depresión de los 30, y estaba inmerso en dos guerras en Iraq y Afganistán que habían profundizado la polarización del país, socavado sus maltrechas finanzas, y deteriorado muy seriamente su imagen en el mundo al alienar a muchos de sus tradicionales aliados.

Uno de sus grandes problemas ha sido las grandes expectativas que genero su elección. Tras una espectacular campaña electoral en la que partiendo casi de la nada derroto a la gran favorita del partido Demócrata, Hillary Clinton, fue capaz de generar una ilusión y entusiasmo como no habíamos vivido en Estados Unidos en décadas.

Sin embargo, desde una perspectiva realista en un año se han producido avances importantes. La economía se está recuperando, aunque más lentamente de lo deseado (en diciembre todavía se destruyeron 85.000 empleos), y pese a su gran resistencia y dinamismo, gran parte de este éxito se debe de atribuir al paquete de estímulo fiscal que diseñó y ha implementando el Gobierno de Obama y a las políticas expansivas de la Fed. Se pueden criticar esas políticas pero es indiscutible que estamos mejor ahora que hace un año.

Al mismo tiempo se han producido grandes avances en otra de sus grandes promesas electorales, la reforma del sistema de salud. Todavía no se puede cantar victoria ya que queda aún por reconciliar las reformas aprobadas separadamente en el Senado y en el Congreso, y la derrota del los demócratas en la elección al Senado por estado de Massachusetts complicará enormemente su agenda legislativa y en particular esta propuesta de reforma, pero nunca en la historia reciente del país hemos estado tan cerca de una reforma tan profunda del sistema sanitario como estamos ahora. De nuevo, se puede criticar el resultado por poco ambicioso y por no crear un seguro de salud público (los Demócratas), o por ser demasiado intervencionista y muy caro (los Republicanos), pero si al final se confirma la reforma aprobada en el Senado que crearía un mandato individual de seguro de salud combinado con una garantía de hacerlo más accesible (lo que parece el escenario más probable) es una opción inmensamente mejor que el status quo.

La política exterior es probablemente el área donde más diferencias hay entre las expectativas creadas y los cambios que se han producido. La ilusión de que la llegada de Obama iba a cambiar el mundo ha demostrado ser irreal. Los problemas persisten y se siguen mostrando intratables. Pese a la promesa de cerrar Guantánamo, todavía no está claro cuando se va a producir. En Afganistán, pese a la oposición de gran parte de su partido, Obama ha decidido aumentar el número de tropas e intensificar la guerra. Su decisión de buscar soluciones negociadas a conflictos con China, Irán, o en el Oriente Próximo, hasta ahora ha tenido muy pocos resultados. Por último, los resultados de la cumbre de Copenhague sobre cambio climático también han sido decepcionantes. Pese a todo, lo que no hay duda es que la imagen de EE UU en el mundo ha mejorado positivamente.

En definitiva así como las expectativas creadas eran desorbitas, las críticas también parecen exageradas. Los resultados no son malos. Quizás lo que más se ha echado en falta ha sido un mayor liderazgo. La falta de un compás ideológico, y su tendencia a divagar, a dejar a otros la iniciativa, y a buscar compromisos han retrasado las soluciones y han llevado en demasiadas ocasiones a la inacción o a buscar el denominador común menos ambicioso. En ese sentido si que se puede hablar de una oportunidad perdida.

Sebastián Royo. Catedrático y decano de la Universidad de Suffolk en Boston

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