Más 'verdes' en 2010
La economía, más que la política, será el motor en la lucha contra el calentamiento este año. La recesión tuvo un mayor impacto que todos los esfuerzos diplomáticos de Copenhague: la producción energética no había caído a tal escala desde 1981, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE). Aquí hay cinco razones económicas para que el mundo sea más verde en este año.
Primero, los altos precios del petróleo incentivarán inversiones en energías alternativas. El crudo se ha comprado en una franja esperanzadoramente alta, entre 64 y 80 dólares el barril desde junio. Y no es probable que baje de este nivel. Segundo, los bajos precios del gas natural animan a las eléctricas a construir plantas de ciclo combinado, más limpias que las de carbón. Este suministro no es previsible que finalice a corto plazo.
Tercero, más investigación y subsidios en energías limpias. Los Gobiernos occidentales quizá comprendan que la forma de afrontar el calentamiento global no está en las reuniones de Naciones Unidas, sino en los esfuerzos en desarrollar energías más limpias y competitivas. Cuarto, la disuasión lograría lo que no obtiene la diplomacia. El debate en la UE de poner un impuesto a la importación de carbón contribuirá a alcanzar un entendimiento con China. Finalmente, el precio del carbón podría subir nuevamente. Los pasos dados por algunos países contribuirán a ello, especialmente los que se comercian los derechos de emisión, como EE UU, Gran Bretaña o Francia.
Todo ello contribuirá a un año más verde, aunque hay señales preocupantes a largo plazo. Si son ciertas las previsiones de la AIE, sin cambios en la política energética el mundo se encamina a un calentamiento de seis grados Celsius, lejos del objetivo de limitarlo a dos grados.
Al mismo tiempo, la crisis ha reducido las inversiones en prospecciones petrolíferas y gas y en nuevas centrales eléctricas. En 2030 el mundo podría afrontar la paradoja de tener calentamiento global y a la vez escasez en el suministro. Lo verde sólo prevalecerá si las potencias mundiales asumen el fracaso de Copenhague como una llamada a las armas.
Por Pierre Briançon