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Tribuna
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A propósito del señor Davis

Hace más de cien años, en agosto de 1900, la hermosa ciudad de Boston acogió la primera edición de la que después se llamaría Copa Davis, la competición tenística por equipos más importante del mundo. Un invento de Dwight Filley Davis, estudiante norteamericano integrante del equipo de Estados Unidos que ganó a Reino Unido la primera ensaladera y que, además, compró personalmente y donó el trofeo que, más tarde, llevaría su nombre. Un gran tipo el tal Davis, y un gran jugador de tenis; zurdo, además, como nuestro Rafael Nadal.

La Copa Davis, dice el propio Rafa en el prólogo de Soñar para ganar (Temas de hoy, 2009), es un torneo especial. Y, añade: "la Copa Davis es algo más. Significa que no estás jugando para ti mismo como es habitual en un deporte individual como el tenis: es una competición que implica mucha responsabilidad porque juegas en nombre de tu país, juegas por y para tus compañeros, y sobre todo juegas en equipo en pista y fuera de ella".

En tiempos de intolerancia, que se adoban sin recato con un renovado y exacerbado individualismo, no es ocioso hablar de equipo recordando la feliz definición de la Real Academia: "grupo de personas organizado para una investigación o servicio determinado", aunque probablemente falte en esa acepción la referencia a que el grupo, además de organizado, debe estar coordinado, sobre todo en el mundo de la empresa.

Sea o no sea líder, una de las principales obligaciones del directivo -y por extensión de la propia empresa- es crear equipos de verdad, con competencias claras y responsabilidades exigibles para cada uno de sus miembros; un equipo interdisciplinar, diverso y complementario, que sea capaz de estructurar un debate creativo y que no dé la razón al jefe permanentemente.

æpermil;sa es la capital tarea de los que mandan, como lo es también suprimir camarillas, celdas o compartimentos que, como grupos aislados, se desentienden muchas veces de los compañeros y, a costa de lo que sea, torpedean el proyecto común. Los jefes y directivos necesitan a su lado hombres y mujeres leales que les digan las cosas como son, no pelotas chupamedias. Sobre todo porque nadie es infalible y, como nos recordó Stuart Mill, "una opinión, aunque reducida al silencio, puede ser verdadera", y no es vano repetir que cualquier opinión guarda con frecuencia una porción de verdad.

La mayoría de las veces los hombres y mujeres de empresa olvidamos que, si queremos ser grandes de corazón y de espíritu, hay que procurar rodearse siempre de los mejores. Entre otras razones porque el jefe no es imprescindible.

Hoy, las empresas no necesitan tantos jefes expertos en hacer cosas; las corporaciones/instituciones quieren y necesitan especialistas en dirigir personas y en crear equipos de verdad, y ésos -creo yo- deben ser los buenos jefes.

Pero, como ocurre con frecuencia, una cosa son las palabras y otra los hechos. Hemos instalado la retórica en nuestro diario quehacer y así nos va. En la empresa, en general, se presume mucho de todo, especialmente de políticas sobre intangibles (Comunicación, Recursos Humanos, Responsabilidad Social…), pero hablar de equipos no significa que existan, y mucho menos que funcionen, a pesar de su necesidad perentoria.

Por eso resulta orientador detenerse en un nuevo y reciente estudio de Otto Walter (¿Qué nota le ponen los empleados a sus jefes?, 2009) que arroja una conclusión demoledora: el 42% de los jefes no están a la altura. Como ejemplo, dos "perlas" significativas que además ponen de relieve nuestra palpable insuficiencia como directivos:

¦bull; La mitad de los jefes, cuando delegan algo importante, se limitan a señalar el objetivo y aplicar el "búscate la vida", en vez de dedicar tiempo para que queden claras las acciones y posibles incidencias.

¦bull; Un 44% de los empleados reconoce que su jefe lo cita o se dirige a él con el famoso y desconsiderado "ven p?acá" que, como todo el mundo sabe, es una fórmula lingüística con aspiraciones a ser incluida en la Nueva Gramática de la Lengua Española.

Un cabal y verdadero equipo podría ser, y es, la Selección Masculina de Tenis. Integrada por jugadores (participen o no en las eliminatorias), médicos, entrenadores, técnicos, asistentes, managers y también directivos, está capitaneada por un extraordinario Albert Costa, que sabe "hacer piña" sin que se note, con naturalidad y cercanía, y acaba de ganar su cuarta Copa Davis, segunda consecutiva.

Nuestros tenistas sí son un grupo de personas y de amigos organizado y coordinado para lograr un objetivo común. Un pedazo de equipo en las penas y en las alegrías, dentro y fuera de la pista, que sabe hacer historia; una bendición y un ejemplo del que aprender y al que rendir público homenaje.

Como dicen los hermosos versos de Jaime Gil de Biedma: "Pasan lentos los días/ y muchas veces estuvimos solos./ Pero hay momentos felices/ para dejarse ser en amistad./ Mirad: Somos nosotros".

Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre

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