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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Arranca el futuro en la Unión Europea

El próximo 1 de enero, la Unión Europea estrena algo más que la cuarta presidencia semestral ejercida por España. Estrena el funcionamiento de una nueva estructura institucional que pretende consolidar el peso político de la Unión a nivel mundial, y entra en el kilómetro cero de lo que debe ser un nuevo plan de reformas para competir con las primeras economías del mundo, que tiene que correr paralelo a la construcción de la Unión de las próximas décadas, y cuyo diseño intelectual ha sido encargado a un grupo de trabajo que preside el ex presidente español Felipe González.

El momento no es el mejor del mundo para tomar las riendas de un tinglado político y económico como la Unión Europea. Pero el calendario es así de tozudo, y la crisis económica y financiera no sólo no ha concluido, sino que sigue absorbiendo buena parte de los esfuerzos de los Gobiernos europeos. Por tanto, la presidencia europea, en cuya buena gestión todos los países ponen un especial celo, es una excelente oportunidad para poner en marcha las habilidades políticas del presidente del Gobierno en una materia en la que, desde González, España ha aportado poco liderazgo. Además, Zapatero tendrá así también la oportunidad de recomponer la política diplomática de su administración, con evidentes lagunas en los frentes económicos.

Los ensayos aplicados en España en materia de política económica no serán, en este caso, replicables, puesto que es seguramente el país con el desempeño más pobre desde que se inició la crisis, tanto desde el punto de vista del crecimiento como del empleo, y donde los intentos por cerrar acuerdos sociales que impulsasen el crecimiento han quedado varados. No obstante, podría darse el caso de que en el primer semestre de 2010 fraguasen pactos de contención salarial, junto con modificaciones normativas para frenar el deterioro de las variables sociales de la economía.

Además de procurar una entrada eficiente del nuevo modelo de funcionamiento institucional de la Unión Europea, la presidencia española debería resolver de una vez la crisis financiera que paraliza la concesión fluida de crédito. Para ello, deben aflorar todos los activos dañados de los bancos en todos los países miembros de la Unión, recapitalizar las entidades para que respondan a la demanda de empréstitos empresariales y domésticos, y establecer un mecanismo de supervisión uniforme que evite nuevos episodios críticos en la zona euro. En este caso, tras el bloqueo británico, España, utilizando los diseños realizados por el Consejo de Ministros de Economía, debe seguir impulsando las virtudes que el modelo español aplicado por el Banco de España ha proporcionado, puesto que los niveles de resistencia mostrados por la banca española en la crisis parecen los más altos.

Pero donde los esfuerzos deben concentrarse y donde no está permitido el fracaso de los dirigentes comunitarios es en el diseño de una nueva agenda de reformas económicas y sociales para situar a la economía en los niveles de competitividad de los que disfrutan los más directos competidores industriales, fundamentalmente Estados Unidos y Japón, sin perder de vista el papel que juegan los países emergentes asiáticos y latinoamericanos en el próximo decenio. La Agenda de Lisboa estaba bien diseñada, pero ha estado pobremente ejecutada, y la mala fortuna de la mayor crisis económica de las últimas décadas ha terminado con sus aspiraciones de forma definitiva.

Por tanto, más allá de la equiparación de derechos en la que pretende concentrarse la presidencia española, hay que marcar un nuevo itinerario de reformas para acelerar el crecimiento de una Unión Europea ampliada, sin perder de vista la necesidad de equiparación lenta de los niveles de renta entre la ciudadanía de los países miembros, con el único objetivo de no perder posiciones en el terreno de juego de la economía global. Lograrlo sin cercenar las virtudes de un modelo de protección social como el que siempre ha distinguido a Europa es el objetivo. Pero sin más crecimiento económico, sin un salto cuantitativo y cualitativo en equipamiento tecnológico y sin un paso al frente en materia formativa, no hay ninguna posibilidad de competir con las primeras economías del mundo, ni empleo estable para todos los europeos, ni Estado de bienestar con las dimensiones actuales que se soporte.

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