_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La política no es solución al cambio climático

La Conferencia de las Naciones Unidas para el Cambio Climático que se celebra estos días en Copenhague persigue sentar las bases de las políticas sobre cambio climático a partir de 2012. En los últimos días ha quedado claro que las sesiones no van a concluir con un acuerdo vinculante para los países. Pero el encuentro es igualmente muy importante: el clima es uno de los grandes desafíos de la humanidad.

Los líderes mundiales pueden señalar el camino y fijar normas para limitar el impacto medioambiental. Pero la COP15 amenaza con ensombrecer un hecho crucial: cuando los dirigentes posen para las fotos de grupo en Copenhague, recordemos que ése no es el grupo de personas que, al final, decidirán sobre el futuro climatológico que le espera a nuestro planeta.

Todos los habitantes de la Tierra comparten el desafío del clima, y sólo lo pueden resolver conjuntamente. Por tanto, las responsabilidades son compartidas. O dicho de otro modo: sin el compromiso de los consumidores, los objetivos de los políticos acabarán siendo esperanzas incumplidas. Si hay que luchar contra el cambio climático, los consumidores han de tomar decisiones inteligentes y actuar en consecuencia. Esto supone usar la energía de manera eficiente o, en otros ámbitos, pensar en cómo nuestro comportamiento diario puede contribuir a reducir las emisiones contaminantes.

También la industria tiene una responsabilidad crucial. Primero, debe hacer todo lo posible para minimizar las emisiones de dióxido de carbono y limitar cualquier otro efecto nocivo para el medio ambiente derivado de su propia actividad. Y en segundo lugar, suministrar bienes y servicios que ayuden a paliar los efectos perjudiciales para el medio ambiente.

De hecho, multitud de sectores industriales se distancian de las decisiones que toman los políticos a la hora de reducir emisiones y abandonar sustancias y materiales que han demostrado ser nocivas para la salud o el medio ambiente. No sólo tenemos un interés comercial, sino también moral para actuar así. Por supuesto, los consumidores quieren que sus productos sean inofensivos, rechazando materiales y sustancias peligrosas. Y la industria no sólo depende de un entorno saludable, sino también de clientes satisfechos.

Las expectativas de la conferencia de Copenhague y otros acuerdos políticos amenazan con relegar la importancia del consumidor y de la industria. A largo plazo, esto supondrá un freno a las posibilidades de frenar las consecuencias del cambio climático. La industria y los consumidores no se pueden limitar a sentarse y esperar a que los políticos resuelvan los problemas. COP15 y encuentros o acuerdos similares están muy lejos, desde luego, de ser la solución definitiva.

La responsabilidad de la industria no debe ser vender el menor número de productos posible, de igual forma que la de los consumidores no es comprar lo menos posible. Los políticos deben reconocer que el consumo puede ejercer una función constructiva en el reto del clima. En el caso de algunos productos, un mayor consumo es un modo de limitar el cambio climático.

Por ejemplo, un frigorífico nuevo con clasificación energética A++ consume sólo un tercio de la energía que gasta un aparato similar del año 1990. Gracias a esto, un usuario que haya adquirido un nuevo frigorífico habrá ahorrado, después de dos años de uso, la energía equivalente a todos los recursos empleados en la fabricación, transporte y reciclado del producto. Un análisis del ciclo de vida demuestra que cambiar los viejos electrodomésticos, incluso los que aún estén en uso, es positivo para el medio ambiente.

Electrolux ha constatado que si todos los hogares europeos que lavan a mano lo hicieran con lavavajillas de clase A, el consumo anual de agua se reduciría en 990.000 millones de litros de agua. Cantidad, por cierto, equivalente al gasto total anual de agua en Dinamarca. Sólo en España se podrían ahorrar cerca de 80.000 millones de litros de agua al año.

Sustituir electrodomésticos es, además, una de las acciones más eficientes desde el punto de vista económico. Este mismo año, McKinsey & Company ha analizado las acciones que más contribuirían a limitar las emisiones contaminantes, así como la inversión que supondría ponerlas en práctica. Los datos demostraron que cambiar los viejos electrodomésticos es una de las que mayor y mejor efecto producirían sobre el medio ambiente considerando el coste. Los resultados del estudio se pueden consultar en http://www.mckinsey.com/clientservice/ccsi/pathways_low_carbon_economy.asp.

æpermil;sta es la mejor aportación que podemos hacer desde Electrolux y otras compañías como nosotros: desarrollar y suministrar productos lo más eficientes posible. Contribuir a un futuro mejor no significa necesariamente sacrificar nuestro nivel de vida.

Hans Straberg. Presidente y CEO de AB Electrolux

Archivado En

_
_