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Columna
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Rusia y las rentas de Copenhague

El declive industrial ruso no ha sido tan malo. Gracias al Protocolo de Kioto de 1997, la caída de la producción le ha dado al país un basto suministro de potencialmente valiosas y comercializables compensaciones de carbono. Si Rusia juega bien sus cartas en la Cumbre de Copenhague podrá usar este activo para ganar tanto efectivo como prestigio.

Los créditos se han recompensado por reducir la emisión de carbono respecto a los niveles de 1990. Hasta ahora Moscú lo ha cumplido por casualidad, gracias al gran declive de la industria pesada soviética.

Para 2012, Rusia teóricamente tendrá compensaciones acumuladas por valor de decenas de miles de dólares. A la práctica, sin embargo, el mercado de carbono es demasiado poco profundo como para absorber muchas de dichas compensaciones. La mera posibilidad de vender los derechos crea una gran bolsa.

El excedente ruso de Kioto supone también un tropezón de cara a un posible acuerdo en la Cumbre de Copenhague. Tanto los medioambientalistas como la UE quieren limitar las oportunidades de Rusia para "exportar polución" mediante la venta de derechos de emisión de carbono. Moscú le daría una alegría al mundo si simplemente renunciase a sus créditos de polución o emplease la recaudación de su venta en proyectos que reduzcan la emisión de carbono. Eso haría creíble la reciente retórica verde del presidente Dimitri Medvédev y mejoraría sus relaciones con la UE.

Pero es que además las compañías rusas son grandes emisoras de carbono. Si se volviesen más limpias, Moscú dispondría de más créditos aún con los que negociar en el mercado de emisiones. Ciertamente, un compromiso de Rusia con los créditos de Kioto sería bueno para el mundo y para el propio país.

Por Jason Busch

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