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Tribuna
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La formación como vector de competitividad

Al ministro Corbacho seguro que se le pueden achacar muchos defectos, pero es innegable que tiene sentido común, una virtud poco habitual entre nuestros políticos. Y esa cualidad le ha llevado a organizar, a través de la Fundación Tripartita para la Formación en el Empleo, unas jornadas sobre formación y educación, vectores clave de nuestra competitividad e ingredientes esenciales para la recuperación económica.

El problema de fondo que padece nuestra economía es la enorme pérdida de competitividad que ha experimentado en los últimos años. Uno de los elementos que definen el nivel de competitividad es la productividad y un factor clave que multiplica la productividad es el capital humano. Y ésta es una de las principales ventajas competitivas que deben tener en cuenta las empresas que quieran mantenerse y progresar en el mercado. Por tanto, es básico potenciar la cualificación profesional.

De ahí la importancia de la formación, que tan descuidada tenemos aún en nuestro país. No en vano, en el proyecto de los Presupuestos Generales del Estado de 2010 se reducen las partidas dedicadas a formación en general (-5%) y también las dedicadas a la formación de los desempleados (-7,3%).

Es fundamental dotar económicamente la formación, promover su calidad y adecuarla a las necesidades de nuestro tejido productivo. La formación para adornar el currículum vitae no debería ser la prioritaria en este momento. Hay que primar aquella que proporciona a las personas los conocimientos necesarios para integrarse en el mercado de trabajo de forma ágil o favorecer su desarrollo profesional. La adaptación de nuestro modelo productivo será imposible sin la transformación y mejora de los perfiles profesionales.

Además, es necesario combinar la formación colectiva con aquella que se puede personalizar a través del uso de las nuevas tecnologías, pero sin reducir la calidad. En este sentido, hay muchas organizaciones que destacan por disponer de un programa vivo que se reconfigura en función de las necesidades formativas que van surgiendo a sus trabajadores. Es decir, se personaliza cada vez más y se vincula al desempeño con un objetivo finalista y evaluable.

Así, el valor percibido por parte del trabajador es más elevado ya que detecta que esa formación le ha permitido multiplicar sus posibilidades de integrarse en el mercado laboral, de cambiar de empleo o de ascender en su carrera profesional. Para incrementar la eficacia de la formación es crítica la existencia de instituciones capaces, por su transversalidad y capilaridad territorial, de anticipar las necesidades futuras del mercado laboral, porque hacia ellas hay que orientar la empleabilidad de los trabajadores. Ahí reside la verdadera competitividad.

Francisco Aranda Manzano. Presidente de Agett (Asociación de Grandes Empresas de Trabajo Temporal)

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