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De ganadores y perdedores

La elevada correlación de los activos financieros en el viaje de regreso a la normalidad que comenzó en marzo ha provocado oportunidades de inversión extraordinarias, espoleadas por una liquidez abrumadora. El que haya cogido el rally desde el principio habrá hecho su agosto en Bolsa, en materias primas, en deuda privada e incluso pública.

Pero toda oportunidad de inversión lo es hasta que deja de serlo. Es decir, hasta que las valoraciones se ajustan y el valor de mercado se asemeja al valor intrínseco del activo en cuestión. Y en esas empezamos a estar, como lo demuestra el comportamiento algo errático de las Bolsas en las últimas semanas. La tendencia sigue siendo alcista. No se han roto aún los soportes que sostienen el canal de los últimos meses. Pero los índices están chocando con resistencias y su trayectoria es cada vez más lateral.

Otro tanto sucede con la deuda pública. El rendimiento de los bonos ha caído en paralelo a la subida de la Bolsa, situación poco frecuente en la historia financiera, gracias a las inyecciones masivas de dinero al sistema. Pero esos rendimientos, especialmente en los tramos más largos de deuda, se encuentran en niveles históricamente muy bajos. Lo que significa que el potencial de apreciación de los bonos es reducido. Probablemente es mayor el riesgo de que la deuda pública se deprecie cuando comiencen a subir los tipos a largo plazo, hasta el punto de que el cupón que reciban los inversores no compense la pérdida de valor de las carteras. Y las probabilidades de este escenario son elevadas, si se tiene en cuenta que los Gobiernos siguen emitiendo papel a mansalva, y que los bancos centrales, antes o después, retirarán liquidez del mercado.

En estos escenarios es cada vez más difícil extraer rendimientos. Pasado el momento del todo sube, ahora toca distinguir entre ganadores y perdedores, que es donde cobra importancia la gestión activa.

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