No hay recetas salvadoras
En Japón, antes del estallido de su burbuja, la deuda pública apenas llegaba al 50% del PIB. Hoy es el 178%. La deuda de empresas y familias equivalía al 212%. Ahora el 110%. Poco cambio global y mucho en su distribución. Unos y otros se dedicaron a ahorrar. Ahora, una población envejecida se ve obligada a consumir ese ahorro. Aún así, el valor de su PIB es el mismo que hace 17 años, y el número de trabajadores, el mismo que hace 20 años. Surgen las comparaciones con España, pero no es un tema de nuestra exclusiva aplicación. La crisis en las economías desarrolladas tiene en el comportamiento de familias y empresas su gran incógnita acerca del tipo de recuperación de los próximos años.
Si los japoneses no han sabido dar con la salida tras lustros de laxitud monetaria, planes de gasto público y desconcierto impositivo, no sé porqué el resto del mundo va a ser más sabio. Cuanto más se ahorre y menos se invierta, más rápido se reducirá el desequilibrio, pero nos condenamos a un largo periodo de no crecimiento. Por lo tanto, ahorrar y no invertir, no vale. La paradoja es que para que el sector privado consuma, hay que facilitarle el acceso al crédito. Es decir, solventar las consecuencias de una crisis de exceso de deuda, con más deuda. No es muy tranquilizador.
Hasta la fecha, la recuperación tiene mucho que ver con la reconstrucción de inventarios, pero eso no significa que estemos de camino a la salida. Quizá los norteamericanos quieran apoyarse en la debilidad del dólar. Otros creemos que eso nos acerca más al precipicio. En cualquier caso, lo que Japón representa es que no tenemos la receta, y que si difícil es adivinar el futuro del dólar, no es menos dura la prueba que le resta superar al euro.
José Manuel Pazos. Socio director de Omega IGF