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Columna
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El dilema de los servicios postales

El correo se ha convertido en el último refugio del fetichismo del servicio público. En Reino Unido, los carteros del Royal Mail están en plenas movilizaciones contra los planes del Gobierno de privatizar el servicio. En Francia, los facteurs acaban de organizar un "referéndum popular" pidiendo al pueblo su opinión acerca de unos planes de privatización que aún no existen. La respuesta fue un tajante no, algo nada sorprendente teniendo en cuenta las inclinaciones de los que se molestaron a votar.

Pero las razones para privatizar el servicio postal no pueden ser más claras. Los desafíos a los que éstos se enfrentan a lo largo y ancho de Europa son tres. En primer lugar, la competencia. La era de los monopolios ha acabado y las autoridades de la UE han decido que los servicios públicos y privados pueden operar libremente. Los nuevos competidores han copado cuotas de mercado bastante significativas, mayormente en entregas express.

El segundo desafío es internet. Los servicios postales esperan que las entregas de cartas caigan un 30% en los próximos cinco años como consecuencia de la continua expansión de la comunicación electrónica.

Finalmente, está el tema de la consolidación. Con los servicios de correos tratando siempre de expandirse en el exterior, necesitan divisas para llevar a cabo las fusiones y adquisiciones.

Los europeos sólo tenemos que fijarnos en los dos casos exitosos de los últimos años. Tanto el servicio de correos holandés como el alemán fueron privatizados en los años noventa. Ya han pasado diez años y aún siguen creciendo. Tanto el TNTPost como el Deutsche Post, que crecieron con las adquisiciones que fueron haciendo, obtienen ahora más de la mitad de sus ingresos del extranjero. Y mientras que las entregas suponen menos de un tercio de los ingresos del Deutsche Post, los datos de sus iguales francés e inglés superan el 55%.

La verdadera preocupación que deberían tener los carteros franceses e ingleses es que quizá ya sea un poco tarde para privatizar sus servicios. Con unos ingresos menguantes y obligaciones masivas de pagos de pensiones que apenas pueden cubrirse, resulta complicado verles atractivo alguno para los inversores privados.

Pierre Briançon

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