'El Quijote' y la quema de libros
En la primera parte de El Quijote, cuando Alonso Quijano regresa vapuleado de su primera salida, el ama y la sobrina piden al barbero y al cura (licenciado en Sigüenza) que quemen los libros de la biblioteca, a los que acusan de haber secado el cerebro del hidalgo. El cura y el barbero suben a la biblioteca y comienzan a elegir los libros que irán a la hoguera, de los que se salvan pocos: Amadís de Gaula, Tirant Lo Blanc, La Galatea, del propio Cervantes, y poco más. Cuando terminan sellan la habitación y al despertar Don Quijote le cuentan la milonga de que la biblioteca ha desaparecido por el encantamiento de un mago. Don Quijote, claro, se lo cree a pies juntillas y barrunta que habrá sido el encantador Frestón, acérrimo enemigo en el juicio perdido del Caballero de la Triste Figura.
Lo sucedido durante la presente crisis tiene cierto parecido con el episodio de la quema de libros. El desplome de los mercados borró de un plumazo cualquier atisbo de racionalidad que pudiera tener la inversión en Bolsa. Y lo propio ha sucedido con la subida posterior. Sistemas de medición de riesgos como el VaR, basado en la estadística, saltaron por los aires en el momento en que apareció en escena el Cisne Negro, ese acontecimiento tan improbable que a veces sucede. Y el análisis fundamental dejó de tener sentido en un momento en que el comportamiento gregario de los inversores se movía más por sentimiento que por valoración.
La teoría de mercados eficientes parte de la premisa de que los inversores se mueven por motivos racionales, aunque los propios defensores de la teoría reconocen que por ahí hace aguas. Pero de ahí a que nada de los sistemas de análisis utilizados hasta la fecha tengan ya valor media un abismo. En algún momento habrá que demoler la tapia que sellaron el cura y el barbero. Al fin y al cabo, dentro reposa el Amadís de Gaula, que aun siendo un libro de caballerías, se libró de la quema. mrodriguez@cincodias.es