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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La economía reclama generosidad para pactar

Está bastante consolidada la creencia de que la economía española arrastrará los pies una dilatada temporada, persiguiendo la recuperación que han comenzado a experimentar ya los países emergentes, Estados Unidos e incluso las economías más manufactureras de Europa. Todas las instituciones de análisis españolas e internacionales pronostican para España un desierto más largo para alcanzar el oasis, con pérdidas de producto interior bruto (PIB) aún en 2010 y sangría en su masa laboral hasta los albores de 2011, sin posibilidad alguna de recobrar el pulso previo a la crisis antes de 2014. Este escenario pesimista debe ser analizado con el comportamiento esperado en la variable política, que no presagia precisamente la mejor de las ayudas.

Con casi tres años de legislatura por delante en la que los cinco millones de parados serán un drama inevitable y muy pesado; con un Gobierno que ejecuta una política económica vacilante y a todas luces descaminada del fomento de la actividad; con una oposición autodestructiva y sin propuesta medianamente armada, jugando ésta al desgaste del primero para cobrarse la pieza en el primer traspié electoral, y aquél a que la apuesta populista de izquierda le renovará el crédito político en 2012, la capacidad de regeneración económica corre el riesgo de extraviarse, de diluirse, con consecuencias muy serias.

El sentido común exige a unos y otros la generosidad suficiente para abandonar los maximalismos empuñados con tanta vehemencia, para transitar por el camino de en medio, el más cercano al adversario, el que genere más consensos, por el bien de la ciudadanía. Tres años son muchos para jugársela unos a bastos y otros a copas, y esperar que una moneda al aire reparta suerte sobre las ruinas de todos. Alemania ofrece un ilustrativo espejo en el que mirarse, con una legislatura ahora liquidada en la que los dos grandes contrincantes electorales optaron por el pacto político en 2005 para evitar las gestiones condicionadas por los radicales grupos situados a su izquierda y derecha.

No hace falta llegar a tanto en España. Sólo la voluntad política de identificar la media docena de cuestiones capitales sobre las que hay que construir un consenso para emprender la recuperación económica cuanto antes, con la connivencia del empresariado y los sindicatos. Algo se ha movido en las últimas semanas. Pero salvo avances explícitos en los próximos meses en materia de educación, energía o reestructuración del sistema financiero, habrá que concluir que se trata más de escenificaciones nominales que de auténticos deseos de pactar, de cambiar, de ayudarse.

Nadie discute que es momento de proteger a los colectivos que han perdido el empleo y que tienen pocas posibilidades de encontrar otro. Pero nadie debe discutir que el mejor mecanismo para reconstruir la actividad económica es una cadena ordenada y decidida de reformas que ensanche el crecimiento potencial de la economía cuando se haya estabilizado. Nadie debe discutir que España ha perdido trechos de competitividad vitales para mantener su posición en el mundo (20 puntos con la UE desde 1999) y los niveles de riqueza de su población, y que sólo se recuperarán si se hace un esfuerzo colectivo de renuncias. Sólo un pacto a dos o tres años que maniate los precios y los costes (todos los precios y todos los costes) logrará devolver a la economía los niveles de competitividad que ha perdido desde que ingresó en el euro, y que la fórmula castiza de la devaluación competitiva no podrá devolvernos ya.

Sólo el crecimiento económico logrará, a la larga, recomponer después unas cuentas públicas desnortadas, que pueden dañar la actividad y que tienen muy pocas posibilidades de restablecer el rigor fiscal. Por tanto, un presupuesto pactado es el primer mandamiento al que deberían obligarse Gobierno y Partido Popular para entrar, después, en el resto de reformas y pactos, pero sin olvidar que el tiempo apremia, que el año largo perdido hay que recuperarlo sin dilación. Si no hay delicadeza para aceptar estos comportamientos, la presión social irá subiendo de tono hasta hacer irrespirable la situación y forzar un desenlace precipitado con la moneda al aire de las urnas.

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