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Keynes pierde terreno frente a los liberales en Alemania

Todos los Gobiernos del mundo han echado mano de las recetas de John Mainard Keynes para buscar una salida a la crisis económica provocada por el cortocircuito del crédito. Y aquellos que han comenzado a advertir que había que parar a tiempo la inyección keynesiana para que el daño posterior del gasto público no fuese peor que su beneficio, han recibido severas críticas. Es el caso de la renovada canciler alemana, Angela Merkel, que sí ha encontrado en los electores un respaldo decidido a sus planteamientos y a los abiertamente liberalizadores del Partido Liberal, el auténtico ganador de las elecciones de 2009, que profesa el expansionismo de la economía con reducciones de impuestos. Da la impresión de que Keynes tiene pocos amigos en Alemania, y que ha perdido crédito frente a las ideas liberales.

El debate abierto en todo el mundo, pero especialmente en Europa, sobre las políticas que deben sacar a las economías de la crisis se ha circunscrito a los Gobiernos y a la doctrina universitaria. Y sólo ahora comienza a trascender a la calle, y a concretarse en decisiones soberanas de la ciudadanía. El primer ejemplo han sido las elecciones generales germanas, que han consolidado las posiciones que ya en las elecciones europeas habían sesgado abiertamente el sufragio hacia posiciones liberales y conservadoras.

En una buena parte de países europeos, continente muy heterogéneo y donde ha existido un contraste público de pareceres, el electorado se está volcando de manera natural abiertamente hacia las posiciones de los partidos de oposición, simplemente por el desgaste obligado que la crisis genera en los Gobiernos. Es el caso del Reino Unido, donde los Laboristas están en sus peores momentos de la historia por el desgaste de su gestión, independientemente de que Gordon Brown ha sido de los pocos líderes políticos que, en mi opinión, tuvo la cabeza despejada y clara la solución desde el principio.

En el caso alemán, dado que la crisis ha asaltado el país con un gobierno de coalición centrista de los democristianos y los socialdemócratas, más allá del desgaste, el ejercicio que han examinado los electores en las elecciones del pasado domingo han sido las propuestras para salir definitivamente de la crisis, y no tanto qué gestión se ha hecho hasta ahora de ella.

Y Angela Merkel, que ha perdido porcentaje de votos también sobre 2005, no ha ocultado desde el principio que las soluciones adoptadas por el G-20 en materia de política económica no le gustaban demasiado, que no era muy partidaria del gasto público a espuertas, y que prefería una recomposición de la demanda con una reducción de los impuestos y una liberalización de los mercados de bienes y servicios. Sabedora de que Alemania es la primera potencia exportadora del mundo, no desconoce que la recuperación vendrá del exterior. Pero conoce también que no puede perder la ocasión para poner en manos de las empresas manufactureras alemanas los mejores instrumentos para hacer frente al creciente protagonismno de China y Asia en general en los mercados mundiales.

Por ello ha encontrado en las recetas de los liberales su mejor aliado. Proponen justo lo que ella quería desde hace cuatro años, pero que la grossen koalicionen con los socialdemócratas le ha impedido hacer. Ahora se dispone a mantener e incrementar los incentivos a la demanda, pero en vez de con las recetas de Keynes, con las de los liberales, haciendo caso a los compromisos de Pittsburgh, que otros, como Zaspatero, han desoído en sólo 24 horas con una subida casi general de los impuestos.

Me dirán que Portugal ha elegido lo contrario. Es probable. Pero la penitencia de amenazar con romper lazos con el europeismo, que es lo que ha hecho la derecha al rechazar los enlaces ferroviarios con España, le ha llegado. Portugal necesita los enlaces ferroviarios más que España. España puede vivir sin ellos, pero Portugal puede morir sin ellos.

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