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Columna
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Pittsburgh

La tercera cumbre del grupo de países del G-20 más otros invitados como España tendrá lugar en la ciudad estadounidense de Pittsburg. Lejos de la grandeza que caracterizó la visión de los hombres de estatura de los años cuarenta y cincuenta, los líderes de los países industrializados y emergentes han decidido, quizás faltando a la oportunidad histórica de reunirse en el mundo en vías de desarrollo, organizar una tercera cumbre de salón en Pittsburgh.

Lástima que nuestra clase dirigente haya olvidado la visión histórica de los grandes hombres de cuyos réditos vivimos en los prolégomenos del siglo XXI. Lástima que la agenda de reforma siga limitada a la componente financiera del eje de la debilidad. Lástima que las buenas intenciones de otorgar mayor poder representativo al mundo en vías de desarrollo no hayan fructificado 10 meses después de la primera cumbre de Washington en noviembre de 2008.

No es malo reunirse si las reuniones materializan cambios propuestos previamente en reuniones de preparación como la que tuvo lugar en Londres entre ministros de Finanzas de los países integrantes del G-20. Las élites de Bretton Woods se acostumbraron a perpetuar la discusión no conducente a la reforma. Las élites de Bretton Woods se acostumbraron a manejar una agenda de reforma que no prioriza los intereses del mundo en vías de desarrollo ni incorpora la dignidad humana o la sostenibilidad medioambiental a un capitalismo monodimensional que continúa incorporando la única dimensión de la maximización del beneficio económico.

No es malo reunirse si en las reuniones se trata de dar la cara y no poner la cara para la foto de turno. Es preciso acercar la agenda de reforma al ciudadano medio de Europa y América del Norte, para incorporar la opinión y el sentimiento del ciudadano del Norte y la inquietud del ciudadano del Sur que hoy carece de voz o voto.

Son necesarias propuestas concretas en áreas tan importantes como la agricultura, el comercio, la demografía o la provisión de bienes públicos globales. ¿Quién es responsable en la actual arquitectura de proporcionar bienes públicos globales para cubrir el vacío dejado por las instituciones de Bretton Woods que los economistas denominan fallos de mercado?

La poca capacidad de maniobra de nuestra clase política está asociada a un mundo del siglo XX que continúa defendiendo los intereses del Estado nación de acuerdo a una agenda de política exterior realista en la que los Estados priorizan el bienestar de sus ciudadanos a costa del bienestar de otros ciudadanos del globo. Para invertir la agenda de prioridades necesitamos otorgar más legitimidad a las instituciones de gobernanza global o proponer nuevas organizaciones capaces de acelerar el proceso de transición de prioridades locales a prioridades globales.

En la actual arquitectura de Bretton Woods la agenda de reforma se ralentiza porque los que ostentan un poder que no merecen no desean perderlo. Es quizás tiempo y hora de que nuestros hombres y mujeres de clase política se conviertan en hombres y mujeres de estatura para rememorar otros tiempos en los que la visión de futuro fue profunda y grandiosa y diseñó un mundo en el que los países europeos fueran capaces de convivir para construir una Europa común.

Nos falta el coraje de generaciones pasadas que decidieron progresar en la agenda de construcción internacional. La agenda de política exterior actual no puede ser continuista con un cambio progresivo. Debemos comenzar a dar pasos de gigante en lugar de pasos de tortuga, pues la urgencia del momento así lo exige.

No es fácil encontrar un mapa del tesoro que nos conduzca al mejor mundo que hemos conocido. En el actual panorama cada Estado nación empuja la nave del capitalismo en una dirección diferente, el resultado es que no nos movemos tan rápido como deberíamos y nos dirigimos hacia la deriva. Para escapar de la depresión, el proteccionismo comercial y la emergencia de radicalismos ideológicos debemos consensuar un mismo destino.

El mapa del tesoro que indica cómo llegar a un mismo destino común que comience un largo viaje hacia un mundo que deje atrás la pobreza extrema es un utensilio existente pero de improbable utilización pues nuestra clase dirigente lo relegó a la jaula del ortodoxo. Nunca estuvimos más cerca como sociedad global de arrancar un viaje sin retorno hacia el mejor mundo que hemos conocido. Para hacerlo, nuestra clase dirigente debe recuperar la valentía, coraje y visión de los gigantes estadounidenses y franceses del siglo XX.

Jaime Pozuelo-Monfort. Autor del libro "The Monfort plan" http://themonfortplan.com

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