Solbes se va cuando llega la ortodoxia
Confiemos en que siga ejerciendo de faro para todos aquellos que se inclinan por las curvas peligrosas.
El ex vicepresidente económico Pedro Solbes renunció ayer en el Congreso a su acta de diputado e inmediatamente en el PSOE se puso en marcha toda la maquinaria precisa para evitar que este nuevo abandono fuera interpretado como una estampida en toda regla de todos aquellos que discrepan de la forma en que José Luis Rodríguez Zapatero está gestionando la crisis. En conversación informal con los periodistas, la secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín, habló de una "práctica sana y saludable" por parte de quien ha participado durante muchos años en política y elige ahora el retiro a la actividad privada. En el Grupo Socialista, se hizo acopio de los nombres de todos aquellos ex ministros del PP que en un momento dado prefirieron alejarse de la vida parlamentaria: Rodrigo Rato, Francisco Álvarez Cascos, Josep Piqué, Abel Matutes, Rafael Arias Salgado y Eduardo Zaplana, entre otros.
Pero ocurre que la despedida de Pedro Solbes, una de las más discretas que se recuerdan en alguien que ha ocupado cargo de tanta envergadura, llega precedida de profundas discrepancias con la política económica de Zapatero, constatables desde antes, incluso, de que el presidente se negara a reconocer la existencia de la crisis. Al presidente y a muchos de sus seguidores en el Gobierno y en su grupo parlamentario, les molestaba ya en las postrimerías de la pasada legislatura el corto entusiasmo que solía poner el entonces vicepresidente en el lucimiento de su gestión, una actitud que disparó todas las alarmas cuando de verdad se empezaron a sentir los efectos de la bautizada todavía como "desaceleración" y ganó cuerpo la división de opiniones en el equipo económico en un momento en el que Zapatero disponía de poco margen para cambiar el Gobierno: estaban recién celebradas las legislativas de marzo del año pasado y Solbes había aceptado el reto de continuar en la misma responsabilidad para servir, precisamente, de parapeto creíble contra la ofensiva que ya se adivinaba en las filas del PP y de referencia de estabilidad para un mundo financiero y empresarial extremadamente sensible a los saltos en el vacío que hubieran representado otras apuestas: tendrían que pasar trece meses para conocerse que en los planes de Zapatero para Economía no figuraba, precisamente, Miguel Sebastián.
Paradojas de la política hacen que el abandono de Solbes de la vida parlamentaria coincida con el anunciado entierro de algunas de las medidas adoptadas por Zapatero que más combatió el ex vicepresidente cuando aún conservaba algo de influencia en el Ejecutivo. Sobresale sobre todas ellas la introducción en el IRPF de la deducción de los 400 euros, una iniciativa insolidaria por su escasa progresividad e ineficaz, como ha reconocido en público la propia Elena Salgado, porque ha tenido efectos sobre el ahorro y no sobre el consumo. Solbes fue también un enemigo declarado del famoso cheque bebé, cuya aportación para fomentar la natalidad es perfectamente descriptible para todo el mundo, menos para el presidente. En la elaboración de los dos últimos Presupuestos estatales, el ex vicepresidente también sobresalió por su afán en recortar el gasto o, al menos, en su obsesión por no derrocharlo en efímeras alegrías, una batalla que ha ganado finalmente la ortodoxia cuando él ya estaba de retirada y cuando Zapatero le ha visto las orejas al lobo: su conducción de la crisis es ampliamente criticada dentro y fuera del PSOE y, además, los vientos mediáticos han cambiado tanto de dirección que anticipan riesgos de huracán si los males de la crisis arrecian en los próximos meses.
En la estela de Solbes se ha perdido también su ex jefe de Gabinete Jordi Sevilla, quien después de participar en la fundación de la corriente Nueva Vía, el trampolín desde el que Zapatero saltó a la fama, fue a caer en la cartera de Administraciones Públicas para quebranto de todos aquellos que creyeron que pronto sucumbiría a la inercia de sus antecesores en el cargo. Aquel ministro que a micrófono abierto cometió el error de advertir a Zapatero que su ignorancia en temas económicos podría suplirse en dos tardes, cayó pronto en desgracia en plena batalla sobre el Estatuto catalán y ahora acaba de aterrizar en PricewaterhouseCoopers después de dejar abundante doctrina escrita y hablada sobre los numerosos errores que habría cometido el presidente del Gobierno en la manera de afrontar una recesión que algunos expertos ya califican de depresión.
A decir de no pocos diputados socialistas, lo que queda ahora en el Gobierno y en los escaños del propio PSOE en el Parlamento, no son voces lo suficientemente potentes como para compensar aquellas decisiones que se barrunten en La Moncloa y necesiten de contraste. Con Solbes, pues, no sólo desaparecería una referencia pública sólida y creíble entre tanta turbulencia, sino también un termómetro fiable con el que medir las diferencias entre una hoja de ruta estable y un guión alimentado de mercadotecnia y ocurrencias.
Confiemos en que desde el llamado Grupo Asesor Europeo sobre Información Financiera, trabajo que de momento ocupará su atención en el entorno de la Comisión Europea, siga ejerciendo como señal orientadora de todos aquellos que tienen la inclinación a perderse por las curvas peligrosas.