El cielo está enladrillado
Nada como los trabalenguas infantiles para mejor comprender la situación. Por ejemplo aquel que rezaba: "El cielo está enladrillado/ quién lo desenladrillará/ el desenladrillador/ que lo desenladrillare/ buen desenladrillador será". En todo caso, debe reconocerse al presidente José Luis Rodríguez Zapatero el mérito de una iniciativa insólita: la de desgubernamentalizar RTVE y liberarla de la deuda creciente que generaba. Todos sus predecesores, desde Adolfo Suárez en adelante, prefirieron gozar de las ventajas que ofrecía la utilización de RTVE como servicio doméstico del Gobierno. Por mucho que los partidos turnantes mientras andaban en las tinieblas exteriores al poder hubieran criticado la manipulación adversa, ejercida desde Prado del Rey y el Pirulí, en cuanto se instalaban en Moncloa se convertían en gozadores de esas posibilidades heredadas de instrumentalización a favor de los propios intereses que, como por ensalmo, pasaban a identificarse con los intereses generales de España, España.
El caso es que ni los más sectarios, ni los más envenenados críticos de Zapatero pueden negar que ha pasado el tiempo suficiente para que se haya hecho patente la diferencia abismal entre aquellos informativos de Alfredo Urdaci o de María Antonia Iglesias, por poner dos ejemplos de diferente denominación de origen, y los que ahora se ofrecen desde TVE. Se ha demostrado que hay vida después del desarme unilateral, al que ha procedido el Gobierno actual renunciando a servirse de una TVE beligerante pro domo sua. Otra cosa es que haya habido contagio cero de esa renuncia en el ámbito de las radiotelevisiones públicas de las comunidades autónomas cualquiera que fuere el color político gobernante. La neutralidad multidireccional de TVE debe convertirse en una contribución a la calidad de la democracia, donde cristaliza uno de los mejores reflejos del talante que tanto prometía.
O sea que el presidente Zapatero ha sido innovador en el ámbito de la radiotelevisión estatal pero ha demostrado pulsiones y ambiciones análogas a las de sus antecesores en el área de los medios privados. Porque todos quisieron con mayor o menor éxito disponer de un grupo mediático afín. Adolfo Suárez conservó intactos a su servicio la RTVE que recibía y la Prensa y Radio del Movimiento, bajo la nueva denominación de Medios de Comunicación Social del Estado (MCSE), además de la agencia de noticias Efe. A Leopoldo Calvo Sotelo le faltó tiempo para generar un proyecto propio. Felipe González procedió a desarticular y privatizar el conglomerado de los MCSE, cuyos periodistas prefirieron ser retribuidos por sus servicios al franquismo con la condición indeleble de funcionarios del Estado a intentar constituir sociedades de redactores o laborales para continuar el ejercicio profesional en los diarios o emisoras donde tanto hubieran podido demostrar liberados del yugo y las flechas.
Luego, González abrió la televisión privada con las concesiones de Antena 3, Tele 5 y Canal+. Bajo el shock inicial, los agraciados le tuvieron gratitud. Además funcionaba una especie de armonía preestablecida al modo leibnitziano, aunque los encuentros y las afinidades derivaran también en encontronazos ocasionales. A partir de la victoria mínima de 1996 José María Aznar trajo deseos de venganza y propósitos de inventarse un Polanco a su medida. Una tarea hercúlea para la que fue abanderado un compañero de pupitre, Juan Villalonga, quien para entonces ya había sido designado presidente de Telefónica. Hubiera parecido que al cash flow de tan relevante compañía nada se le resistiría pero faltó el líder periodístico que ambicionaba ser Jota Pedro. De modo que la adquisición de Antena 3, la piedra sobre la que se edificaría el imperio aznarista, quedó al aire y terminó siendo traspasada.
Arribó después José Luis Rodríguez Zapatero que se sentía falto del afecto verdadero por parte de quienes eran considerados bajo la inercia de afinidades hacia el denominado socialismo del antiguo testamento, es decir, de Felipe González. Enseguida, los asesores áulicos del nuevo inquilino de Moncloa le indicaron que en absoluto debía heredar odios anteriores, como los que antagonizaron al felipismo con el pedrojotismo. Además le insuflaron la necesidad de favorecer la aparición de un grupo mediático de nueva planta con el que surgiría de modo espontáneo una entente cordial. Claro que las necesidades de los grupos en liza se rozan y satisfacerlas sin dejar damnificados resulta tarea imposible cuando el Boletín Oficial del Estado puede marcar la diferencia entre las expectativas de negocio o de ruina. Las urgencias sobrevenidas el 13 de agosto para que el presidente Zapatero volcara su autoridad fulminante en favor del decreto-ley que adelanta la TDT de pago, sin esperar a la Ley General del Audiovisual, se han convertido en la piedra de toque. Atentos.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista