Astérix, el filósofo
Cuando alguien se queja de los calores que en estas fechas padecemos, mi amigo Florentino, filósofo aficionado de la rama pedestre, contesta diciendo que estamos en verano y, ante tal evidencia, abro los ojos y la mente para ver si soy capaz de entender o no entender algunas de las cosas que están pasando. Ya lo escribió el maestro Benedetti en su hermoso soneto del verano, con versos definitivos, llenos de naturalidad y belleza, reales como la propia vida: "El calor me enternece a pesar mío/ me aleja de las penas naturales/ de la penuria de los arrabales/ de las incógnitas y del vacío".
Será porque nada/nadie puede con la calma del estío por lo que nos parecen llevaderos y hasta sin importancia los episodios que ahora se suceden, por absurdos que sean; esos acontecimientos-noticia que en época invernal (erial de la tristeza, según el poeta uruguayo) harían hervir la sangre y lanzar a los cuatro vientos nuestra más airada protesta que, como casi siempre, tampoco sirve para mucho. Como la sangre gorda, las apariencias, ya se sabe, son sólo apariencias, apostilla también Florentino.
En alguna ocasión hemos dicho que vivimos en medio de una crisis económica sin precedentes históricos, seguramente más profunda de lo que aparenta, con la fuerza emergente de la opinión pública y con instituciones clave como la religión, la política o la educación que necesitan redefinirse y encontrar su lugar; nos apasiona (y en ocasiones nos constriñe) la realidad de la discutida globalización; la amenaza del terrorismo nos agota tanto como el desgarrador desempleo y nos desespera el preocupante problema, nunca resuelto, de la emigración. Con este panorama, cuesta creer que sea posible para las empresas mantenerse en el futuro cómodamente y sin compromisos explícitos con la sociedad. Hay en todo esto, y en esta época, un fondo de trascendencia histórica y las empresas -y sus dirigentes- van a tener que jugar (lo quieran o no) un papel mucho más central en el desarrollo económico y en la propia estabilidad social.
Dadas las circunstancias, y la que sigue cayendo, estaría bien que en las empresas fuésemos capaces de integrar equipos cohesionados y muy preparados cuyo objetivo principal sea, trabajando de consuno, levantar el vuelo y superar cuanto antes la crisis y sus efectos colaterales. Se imponen el trabajo conjunto, la profesionalidad en el hacer y la vuelta a los principios. Los que saben, dicen que el reparto de poder no sólo provoca siempre menos envidias, sino que también los diferentes servicios se realizan mejor. Refiriéndose a los políticos, pero aplicable a muchos otros ámbitos, Plutarco escribió que "del mismo modo que la división de la mano en dedos no la debilita, sino que hace su uso práctico y funcional, así el que deja participar a otras personas en el gobierno, por esta colaboración hace su acción más eficaz. Por el contrario, aquel que por un deseo insaciable de gloria o poder toma para sí toda la carga ( / ) se dedica a aquello para lo que no está hecho ni se ha ejercitado ".
Es tiempo de responsabilidad compartida, y también de solidaridad, como siempre debió ser en la propia historia de la humanidad. No existen ya héroes ni dioses capaces de afrontar en solitario apuestas de gigante ni obras titánicas. Hoy, más que nunca, mandan los equipos y la coordinación, con la argamasa y el adobo de un liderazgo motivador. Salvo, claro está, en algunos clubs de fútbol, empeñados en rendir adoración y pleitesía (incluida la junta directiva) a deportistas reconvertidos en mitos y figuras mediáticas, a un coste inimaginable, siempre desproporcionado y, en estos tiempos, probablemente indecente; un despropósito, por más admiración que el/los susodichos provoquen o ingresos atípicos arrastren, protagonizando presentaciones públicas que, gracias a los medios de comunicación -también y sobre todos los públicos-, huérfanos de noticias con enjundia, nos devuelven (panem et circenses) a tiempos pretéritos olvidados (?).
No sé si hemos perdido el norte; lo parece, y es como si estuviésemos viviendo una parodia permanente sin poder hacer nada para remediarlo. Claro que esto viene de lejos. Hace ahora 50 años, René Goscinny y Albert Uderzo crearon un personaje inolvidable que se convirtió en una referencia universal: Astérix. El indomable galo, que vivía feliz en su aldea con Obélix y demás compañeros mártires, y luchaba contra un invasor empecinado en perder todas las batallas y apaleado cada día, tenía pronta la respuesta feliz para todos estos interrogantes vitales: "¡Por Tutatis, están locos estos romanos!". Pues eso. Felices vacaciones.
Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre