Pocoyó y la máquina mezcladora
En un capítulo de Pocoyó, de los cientos que me toca ver a la semana por razones familiares, el pequeñajo del sombrero azul se hace con una máquina mezcladora que transforma las cosas más simples en artilugios imposibles. El aparato funciona de la siguiente manera: se introducen dos objetos por un lado de la máquina y por el otro extremo sale un único objeto, nuevo, mezcla de los otros dos.
Así, Pocoyó le quita el teléfono a su amiga Ely, la gran elefanta rosa, y lo mete en la máquina con un tren de juguete. El resultado es un teléfono locomotora que se mueve a todo tren y que es imposible descolgar. Luego le quita el hueso a su perro, Lula, y lo mezcla con un muelle. Y claro, el animal no logra dar alcance a un hueso que no para de botar. Como colofón, le quita el sombrero a su amigo Pato y lo mezcla con un pastel, dando lugar a un gorro tarta que no es del agrado del ánade amarillo.
El resultado de tanta travesura es que los amigos de Pocoyó se enfadan, porque las mezclas han sido totalmente improductivas y molestas. Pocoyó, consciente de que ha hecho mal, pide perdón y compensa a sus amigos con una fiesta.
Se puede encontrar mucha metáfora de la vida en los dibujos infantiles. Porque, ¿qué han hecho sino los bancos de inversión que han terminado por llevar el sistema financiero al desastre? Han cogido un montón de hipotecas las han metido en un máquina mezcladora y han sacado un bono hipotecario imposible de valorar.
Como Ely, Pato y Lula, los inversores se han enfadado porque lo que salió de la máquina mezcladora ha dado al traste con todo el sistema financiero. Con un añadido, que la dichosa máquina ha terminado rota.
Cosas de la vida, después de todo el desbarajuste financiero de los últimos dos años, que llegó a secar los mercados primarios, es Zinkia, la productora de Pocoyó, la primera compañía que debutará en Bolsa desde el estallido de la crisis. Señal de que las cosas se van normalizando y, esperemos, de que al final todo vuelve a su sitio. Como en los dibujos infantiles, pero con peores consecuencias.
Miguel Rodríguez. Jefe de Mercados en Cinco Días