La fiesta y los impuestos
Hagamos memoria: desde principios de la transición nuestro sistema impositivo ha ido cambiando, la presión fiscal ha subido de manera sostenida adaptándose a lo que sucedía en los países de nuestro entorno. Eso sí, las modas han influido y, sobre todo últimamente, se han rebajado los impuestos directos. No así los indirectos; recordemos que nuestras autonomías han subido transmisiones patrimoniales y actos jurídicos documentados, de fuerte recaudación, a la vez que bajaban sucesiones que tenía poca importancia en ese aspecto.
Mientras la situación económica internacional era boyante y nuestra economía, cebada con dinero barato, sobre todo extranjero, la fuerte demanda interna y construyendo 500.000 viviendas/año, caminaba desbocada atizábamos la máquina bajando o diciendo que bajábamos impuestos, manteniendo la deducción por adquisición de vivienda y gastando a todo trapo en todos los niveles administrativos. Era lógico, los ingresos se disparaban, había dinero para todo y, casi sin querer, el conjunto de las Administraciones tenían superávit. ¡Una fiesta! ¿Quién era el valiente que apagaba las luces de la fiesta?
En esas estábamos cuando, como siempre y de un día para otro como quien dice, el cielo se llena de negros nubarrones e inmediatamente descarga la crisis más profunda que podamos recordar la mayoría de nosotros. Desde ese momento los Gobiernos del mundo, incluido el de España, no saben qué socavón tapar: se acude al rescate del sistema financiero y, a día de hoy, todavía estamos atemorizados con este asunto; bajamos impuestos en unos casos tímidamente y en otros, como el cheque bebé o con los 400 euros, de forma generosa; o gastamos desaforadamente para intentar reactivar la actividad y para detener un crecimiento exponencial del paro (vamos para una tasa del 20%).
Nuestra situación ahora se puede calificar, en lo que atañe a las finanzas públicas, como delicadísima. La recaudación ha caído vertiginosamente en IVA y en sociedades, pero detrás llegará el IRPF que, no olvidemos, sigue siendo el número uno. Si tenemos que gastar y no llegan ingresos, se acude a la deuda pública que va creciendo (parece que llegará en 2010 al 60% del PIB) y, tarde o temprano, además de tenerla que pagar se encarecerá. El déficit de este año y el siguiente apuntan al 10%. Como inconscientes jóvenes nos acordamos ahora de los 10 o 12 años en los que, creyéndonos indefinidamente ricos, apretábamos el acelerador y gastábamos alegremente.
Necesitamos rebajar el déficit y gastar tanto o más mientras los ingresos se desploman, lo cual es imposible. Todo ello en un ambiente donde las dinámicas creadas por las diferentes Administraciones, las promesas electorales y la irresponsabilidad de lobbies y tertulianos hacen muy difícil la toma de decisiones prudentes. En este momento el margen de maniobra de la política fiscal es pequeñísimo.
¿Cuánto se puede recortar el gasto público? Sin duda, poco. Las inversiones son necesarias y el gasto corriente opone mucha resistencia a la baja. Parece difícil que puedan suprimirse las duplicidades e ineficiencias producidas en la superposición de niveles administrativos.
Se empieza a hablar de los ingresos, de subir impuestos. De hecho ya se han incrementado tabaco e hidrocarburos, aunque esto no va a solucionar el problema. La subida de IVA, en principio, tiene el grave problema de que le dará la puntilla al consumo, en sociedades se anunció un pequeño guiño a la baja y un incremento de tipos enviaría un mensaje muy triste a las empresas. Me temo que le tocará al IRPF, concretamente a las rentas del trabajo, y no sólo a las más elevadas. Al fin y al cabo, es lo que no puede escapar al fraude y es una cuantía importante. Ahora bien, ésta será una medida procíclica que seguro que no nos ayuda a levantar el vuelo. Están en el punto de mira los 5.700 millones gastados con los 400 euros; el tipo del ahorro, cuyo incremento no aportará demasiado, y la deducción de vivienda, que se baja cuando tocaría subirla. Lo de acabar con el fraude es más fácil decirlo que hacerlo.
La única vía de solución pasa por dejar la demagogia a un lado y que los grandes partidos trabajen consensuando las medidas que, no me cabe duda, han de ser poco vistosas e impopulares. Hay que asumirlo, se acabó la fiesta y tardará en celebrarse otra.
Jesús Sanmartín. Presidente del Registro de Economistas Asesores Fiscales (REAF)