El ahorrador que quiso invertir
Los años noventa del pasado siglo supusieron el bautismo del ahorrador español en el riesgo financiero. Las privatizaciones de las grandes empresas públicas, la burbuja puntocom y la subida estratosférica de la Bolsa fueron argumentos que invitaron a muchos ahorradores a entrar en renta variable y probar las mieles de las revalorizaciones.
Pero el sueño duró poco y el desplome de la Bolsa que se extendió entre el año 2000 y el 2002 devolvió a muchos ciudadanos a la cruda realidad. Los que se creyeron por un momento avezados inversores, especuladores expertos que navegaban por mercados en calma chicha hubieron de volver al redil, y reconocer que su perfil de riesgo igual no era el que ellos creían.
Durante varios años las entidades financieras trataron de recuperar al ahorrador para la Bolsa, introduciéndole poco a poco, a través de estructuras garantizadas con mayor o menor acierto.
Y llegó el boom inmobiliario y el ahorrador con ínfulas de especulador se dijo, "esta es la mía, la vivienda nunca cae" y se metió en ladrillo especulando como nunca y apalancado como nadie; como si de un hedge fund se tratara. Y llegó el crac inmobiliario y la crisis financiera y el desplome de las Bolsas. Y hubo quien antes del cataclismo hizo mucho dinero, pero muchos otros se quedaron atrapados, bien en ladrillo, bien en renta variable.
El español de a pie, tradicionalmente, ha sido ahorrador de perfil conservador. Y cada vez que ha intentado la aventura del riesgo financiero se ha topado con la burbuja de turno, que ha terminado estallando.
La Bolsa puede ser un vehículo magnífico para ahorrar dinero a largo plazo, al margen de aventuras cortoplacistas. Y en muchos países de nuestro entorno la inversión en renta variable está mucho más desarrollada entre los pequeños ahorradores. Pero son países donde se asesora y donde la cultura financiera del ciudadano es superior. Hacia allí es hacia donde vamos, en teoría, pero no hemos hecho más que empezar. mrodriguez@cincodias.es