Ley (y excepciones) de la oferta y la demanda
La erección del mercado como ídolo absoluto al que todo debiera ser sacrificado para predisponerlo en nuestro favor parecía en caída libre tras los avatares de la crisis mayor que vieron los últimos siglos, como a la usanza cervantina se denominaba la padecida a partir de octubre de 2008 cuando estallaron las hipotecas subprime, los bancos de negocios, las compañías de seguros, y se vinieron con gran estrépito abajo algunos de los más reputados estafadores en cuyos dividendos suculentos gentes de la mejor sociedad tenían puestas todas sus complacencias.
Originario de América, el efecto dominó se extendió y aceleró de tal manera que parecíamos estar bajo los efectos de un tsunami, sin posibilidad de encontrar árbol en el que ahorcarnos. Después del sector inmobiliario, quedó afectado el financiero y luego los industriales, del automóvil, el acero, también el turismo, las materias primas y por ahí adelante. El termómetro que medía la fiebre del crecimiento del producto interior bruto (PIB) pasaba a reflejar ahora la recesión y la inflación desbocada, que nos sumía en tantas preocupaciones en el intento imposible de embridarla, se transmutaba de manera súbita en otra amenaza más tenebrosa de signo opuesto, la deflación.
El dato del índice de precios al consumo armonizado (IPCA) adelantado ayer por el Instituto Nacional de Estadística señala que la tasa española de inflación armonizada, medida de igual manera en todos los países de la zona euro, se situó en mayo en el -0,8%, es decir, seis décimas por debajo de la registrada en abril. Estamos pues ante el tercer registro negativo interanual consecutivo desde que se inició en 1997 la medida de ese índice IPCA. Enseguida sabremos en qué queda también el IPC, que será negativo para ese mismo mes de mayo y supondrá la tercera caída de precios desde el año 1962, a partir del cual se tienen datos homologables.
Algunos se aferran al axioma, tan querido de nuestro inolvidado colega Carlos Luis Álvarez, Cándido, según el cual la actualidad tergiversa la realidad. Pero también en muchas ocasiones puede brindar estímulos para la ilustración de las gentes. Recordemos que las lesiones de los futbolistas han impulsado la generalización de los conocimientos de anatomía y fisiología de los hinchas, asistidos en esa progresión por los diarios especializados sin escatimar en recursos de infografía, que ya quisieran tener a su alcance los alumnos de las Facultades de Medicina. Del mismo modo, señalaba el gerente de Las Ventas, Licinio Stuyck, a su primo Carlos, de la Peña del Hongo, cómo en las épocas que señoreaba el Real Madrid y el fútbol se suministraba en dosis embrutecedoras para tantos, de modo paradójico terminó añadiendo incentivos culturales a los merengues acérrimos, cuyo pasaporte les permitía viajar también a los países en principio excluidos bajo la denominación de Rusia y países satélites. Otro momento límite, la flebitis del general Franco, llevó a los españoles a familiarizarse con esa patología y las vasculares colindantes.
Por eso, debemos celebrar que la crisis económico-financiera en la que estamos inmersos nos abra la oportunidad de encaminarnos por senderos de análisis y de reflexión a los que se hubiera dicho que habíamos renunciado definitivamente. Vayamos por ejemplo a la cuestión de los combustibles fósiles, en particular el petróleo que tanta importancia han tenido desde su afloramiento en nuestras vidas. Sucede que durante años hemos encontrado en el petróleo, en su encarecimiento, la culpa de nuestros males inflacionarios. Por eso, cada vez que se hacía público el dato mensual de la inflación, venía acompañado de consideraciones consoladoras que rebajaban la tasa desglosando la perversa influencia del precio ascendente del barril de Brent, dicho sea para entendernos mejor.
Así las cosas, un razonamiento ingenuo hubiera llevado a cualquiera a considerar una bendición la bajada de los precios del petróleo que rondaron los 140 dólares por barril y ahora fluctúan alrededor de los 60. Craso error, porque sumidos como estamos en la amenaza de la deflación, volvemos a encontrarnos con el petróleo, en este caso con la bajada de sus precios, como culpable primordial de nuestros males invertidos. Por eso, ahora comparecen las autoridades del ramo y aseguran que si se descontase el efecto de esa bajada la tasa de inflación sería positiva. De la ley (y excepciones) de la oferta y la demanda que es el título de esta columna hablaremos más el próximo día.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista