Asamblea de parados
Hace unos días, en las páginas de este periódico decano, mi amigo y compañero de estudios, el catedrático Federico Durán, se refería certera y sabiamente a la situación del empleo en España, y escribía: "Es difícil imaginar un panorama más negro para las relaciones laborales, sea cual sea el sector productivo y el aspecto de las mismas que se considere. Y es difícil de explicar la velocidad y la intensidad con que se deteriora la relación".
Federico, como ocurre con harta frecuencia, tiene razón y hace propuestas con mucho sentido de la realidad. Cuatro millones de parados, y creciendo, son una locura y un despropósito; una ruina, un descalabro absoluto y muchas desesperanzas y muchos sufrimientos juntos que se multiplican cuando a un millón (hablo de personas) ya no les alcanza el consuelo/desconsuelo de una protección social que siempre tiene fecha de caducidad. En relación con el desempleo, la situación española es, además de dramática, un tremendo fracaso colectivo: mea culpa, mea maxima culpa.
Nadie entiende (yo tampoco) cómo el Gobierno, la patronal y los sindicatos no están reunidos con carácter permanente buscando salidas a esta situación. Habría que obligarlos y mantenerlos encerrados hasta que encuentren el camino porque, sea cual fuere su color político, todo el mundo demanda acuerdos y medidas urgentes, ya absolutamente imprescindibles, pero nadie parece estar por la labor. Dada la urgencia del caso, deberíamos acudir con nuestras rogativas a san Expedito, que resuelve con prontitud y parece ser un santo especialista en temas laborales.
Más allá de la ironía, y la cuestión es muy seria, España no puede convertirse en un país de subsidiados, como ha señalado el ministro Corbacho, y en eso estamos todos de acuerdo; pero algo más habrá que hacer, digo yo. Nos hemos acostumbrado a esto del paro endémico (eso dicen) y, fruto de nuestro permanente amor por el ladrillo, sector que llegó a emplear al 8% de nuestra población activa, nos quedamos tan panchos y tan anchos esperando tiempos mejores que nunca sabremos si llegarán. Hasta Stiglitz, premio Nobel y gurú, ha señalado en una reciente entrevista a un periódico español que la tasa de paro española "es una cuestión de mala suerte". A lo mejor es verdad, oye, pero hay que llamarse Joseph Stiglitz para decir esas cosas tan extravagantes y quedarse tan tranquilo.
Políticos, sindicatos y patronal (y toda la ciudadanía, que este problema es común) deberíamos de ser capaces de encarar este asunto con decisión, sin visiones estereotipadas y alicortas, pero con generosidad y espíritu solidario, aunque sin hipotecar nuestro futuro. Nos va en el envite nuestra propia condición como país serio y fiable, y deberíamos estrujarnos las meninges para ofrecer soluciones imaginativas, que tiene que haberlas. El mundo, dicen los que saben, no se acaba donde alcanzan los ojos. Siempre hay un horizonte más allá, y tenemos que encontrarlo como sea.
¿Estamos preparados para resistir esta crisis? ¿Nos estamos formando para dar respuestas y evolucionar hacia nuevos modelos y situaciones? Darwin afirmó que "no es la más fuerte de las especies la que sobrevive, ni la más inteligente, sino aquella que responde mejor al cambio". Tengo la convicción de que parece que no entendemos nada, ni nos damos cuenta de lo que está pasando, y en la calle se percibe que algunos -los que debieran ofrecer soluciones y liderarnos- están haciendo dejación de su responsabilidad mientras practican el tancredismo.
Y cuento esto porque, no hace muchos días, en una ciudad andaluza encontré un anuncio pegado en la luna de un escaparate. El aviso, con grandes caracteres, se titulaba "Asamblea de parados" y se dirigía a las personas que se encuentran en "situación de parado" (sic), convocándoles a una asamblea que se celebraría en el lugar y hora que el propio pasquín señalaba. Para reforzar el mensaje, el cartel finalizaba con una llamada inquietante: "Por tu interés, no te quedes parado. ¡Organízate!".
Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando finalicé la lectura del aviso. Los parados se estaban organizando, ignoro la concreta finalidad, pero está claro que para defender sus intereses. Cuatro millones de personas desempleadas, y creciendo, son (si están bien estructuradas) una fuerza de primera magnitud, más numerosa que todos los militantes juntos de todos los partidos políticos que existen en España. Eso sí que es poder, y lo demás son gaitas. Si se diera tal asociación, sería, no lo duden, un riesgo sistémico (el paro siempre lo es) y, además, un fracaso total y sin paliativos de la sociedad en su conjunto. Como nos dejara escrito el llorado maestro Benedetti, "lo antiguo/ lo pasado/ lo caduco/ ocupa en la memoria una caverna/ pero afuera hay un trueno que retumba,/ y ya no llueven lluvias sino piedras".
Juan José Almagro. Director general de Comunicación y Responsabilidad Social de Mapfre